“Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás. Porque de esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.”
(2 Pedro 1:10-11)
La vida cristiana es una vida de crecimiento, al conocer a Cristo iniciamos un viaje hacia la madurez espiritual como meta. Y a lo largo del camino necesitamos ser diligentes, tal como escribió Pedro: “Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás.” (2 Pedro 1:10). Esto no quiere decir que debemos hacer esas cosas para conseguir nuestra salvación ni para garantizar nuestro lugar en el cielo. Es más bien un llamado urgente y apasionado a poner en práctica nuestro llamado, a demostrar la realidad de nuestra salvación.
Pedro ya considera a sus lectores como «hermanos» que han sido llamados y a quienes se les ha provisto de todo lo necesario para una vida santa. Dios nos llama a poner en práctica su llamado mediante el crecimiento espiritual.
Un comentarista escribe: «La conducta piadosa es un certificado de garantía para uno mismo de que Jesucristo lo ha limpiado de sus pecados pasados y por consiguiente, en efecto, ha sido llamado y elegido por Dios». El resultado de la diligencia no es salvación sino estabilidad, utilidad y fruto. Con estas cosas viene la recompensa eterna en el retorno de Cristo: “Porque de esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.”(2 Pedro 1: 11) Dios nos provee con abundancia una entrada grandiosa en el reino de Jesucristo.
Con esta esperanza en el retorno de Cristo debemos continuar avanzando, sin vacilar en la diligencia. Si lo hacemos, recibiremos la recompensa. Pero si no crecemos en nuestra fe, perderemos nuestra recompensa en el tribunal de Cristo, conforme Pablo advierte con seguridad: “Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego.” (1 Corintios 3:14-15).
No queremos comparecer ante el Señor Jesucristo avergonzados de haber desperdiciado inútil e infructuosamente la poderosa provisión y las promesas preciosas que nos concedió en nuestra salvación. Más bien, debemos prestar atención a esta advertencia que menciona Pedro, y por medio de diligencia en el crecimiento espiritual apuntar al blanco de la esperanza en el retorno de Cristo.

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