Vivir rodeados por circunstancias difíciles puede hacer que nos sintamos frustrados y perdiendo la paciencia acudamos a las quejas. Santiago nos advierte: “Hermanos, no os quejéis unos contra otros, para que no seáis condenados; he aquí, el juez está delante de la puerta.” (Santiago 5:9) Esas quejas se manifiestan en nuestras relaciones con los demás “unos contra otros” Esto describe a un espíritu resentido y amargado que ha adquirido una mentalidad de víctima, alguien que ha olvidado la gracia y la misericordia de Dios. Tristemente cuando comenzamos a quejarnos nos quejamos por todo. Comenzamos a ver defectos en todos y todo lo que les rodea. La vida (lo que se quiere decir en realidad es que Dios es el responsable) es injusta con nosotros. Nos vamos transformando en personas desagradecidas y autodestructivas al estar permanentemente preocupadas y vivir en el pasado. Es una actitud deprimente capaz de arrastrar a todos hasta este estado de miseria. Cuando alguien ha adquirido la mala costumbre de quejarse, se hace sumamente difícil poder ayudarles, si alguien se acerca a una persona así y le ofrece alguna alternativa, responderá: “Si, pero…” Siempre hallarán una excusa que justifique el no poder resolver sus dilemas.

Seamos claros, esta conducta es pecaminosa y daña nuestras relaciones. Es dinamita que destruye las relaciones. Como cualquier explosivo es letal, demuele cualquier puente que exista hacia los demás. No debemos volvernos unos contra otros, la solución es ir al Señor con una actitud humilde reconociendo nuestro pecado y así se irá aflojando  esa cuerda interna prensada al máximo por la que explotamos al más ligero toque de los más cercanos a nosotros. Hay que dejar de mirar afuera buscando un culpable aceptando que somos nosotros los únicos responsables por nuestras acciones y reacciones e ir a Dios con urgencia. El nos dará la paciencia para vivir hoy sin quejarnos y poder descansar en sus promesas de cuidado, de recompensa y bendición final en esta vida o en la vida venidera.

 

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