“He aquí, diste a mis días término corto, y mi edad es como nada delante de ti; ciertamente es completa vanidad todo hombre que vive. Ciertamente como una sombra es el hombre; ciertamente en vano se afana; amontona riquezas, y no sabe quién las recogerá. Y ahora, Señor, ¿qué esperaré? Mi esperanza está en ti.”
(Salmo 39: 5-7)
Como ningún otro componente en nuestra existencia, el dolor que conduce a una pérdida, nos recuerda nuestra fragilidad humana, nos enfrenta a la realidad de nuestra propia mortalidad. Si aceptamos esto, somos capaces de mirar más allá de nosotros mismos en busca de verdadero consuelo. Esto fue lo que hizo David: “He aquí, diste a mis días término corto, y mi edad es como nada delante de ti; ciertamente es completa vanidad todo hombre que vive. Ciertamente como una sombra es el hombre; ciertamente en vano se afana; amontona riquezas, y no sabe quién las recogerá. Y ahora, Señor, ¿qué esperaré? Mi esperanza está en ti.”(Salmo 39: 5-7)
Cuando la vida se vuelve gris y nos parece que estamos viviendo una terrible pesadilla de la que jamás vamos a despertar, necesitamos reconocer lo efímero de la vida y mirar más allá de nosotros mismos, tal como David mirar a Dios como nuestra única y verdadera fuente de esperanza. Esta es la invitación al exiliado que aparece en Isaías: “¡Ved aquí al Dios vuestro!” (Isaías 40:9) Necesitamos mirar detenidamente al Dios que tenemos. En medio de cualquier profunda necesidad el llamado es a mirar al Dios de toda consolación. No tenga la menor duda que nuestro Señor es capaz de ayudarle y que le interesa hacerlo: “He aquí que Jehová el Señor vendrá con poder, y su brazo señoreará; he aquí que su recompensa viene con él, y su paga delante de su rostro.” (Isaías 40: 10)
En medio de un intenso dolor puede venir una crisis de confianza, pero si recordamos quien es nuestro Dios, podremos experimentar todo su consuelo.
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