“El quitó los lugares altos, y quebró las imágenes, y cortó los símbolos de Asera, e hizo pedazos la serpiente de bronce que había hecho Moisés, porque hasta entonces le quemaban incienso los hijos de Israel; y la llamó Nehustán. En Jehová Dios de Israel puso su esperanza; ni después ni antes de él hubo otro como él entre todos los reyes de Judá.”
(2 Reyes 18:4-5)
La salvación es por gracia y solo por ella. Tratar de conseguir la salvación por la obediencia es imposible, y conduce a la hipocresía y desesperanza. La religión es confiar en la propia capacidad de uno para ser lo suficientemente bueno como para impresionar a Dios. ¡Qué gran error! El mismo Señor dice que no somos buenos: “Pues si vosotros, siendo malos…” (Mateo 7: 11ª) Y no hay que nazca en nuestro corazón, capaz de conmover a Dios. Tarde o temprano, las obras del religioso serán expuestas por lo que son: resultado del orgullo.
¿Que podría ser más sencillo que creer? Nada que ganar, ni búsqueda que cumplir, ni reto que superar, ni mérito que obtener. Tenemos solo que confiar en el que nos hizo, que nos ama, y que satisfizo todas las expectativas de Dios por toda la humanidad. La mayoría, sin embargo, escogerá por la religión en vez de la regeneración. El orgullo no solo es poderoso, también es cegador.
En la Biblia se describe una ocasión siglos después de la muerte de Moisés, cuando un rey justo llamado Ezequías, alejó a su pueblo de la religión y lo volvió a la creencia genuina en Dios: “El quitó los lugares altos, y quebró las imágenes, y cortó los símbolos de Asera, e hizo pedazos la serpiente de bronce que había hecho Moisés, porque hasta entonces le quemaban incienso los hijos de Israel; y la llamó Nehustán. En Jehová Dios de Israel puso su esperanza; ni después ni antes de él hubo otro como él entre todos los reyes de Judá.” (2 Reyes 18:4-5).
Por 700 años los israelitas habían estado acarreando ese trozo de bronce por el desierto, a la tierra prometida, y durante toda la conquista de Canaán. La preservaron en la invasión, hambrunas, guerra civil y ascenso y caída de reyes. Los israelitas convirtieron el símbolo de bronce de la falta de fe de sus antepasados en un amuleto de buena suerte. Incluso «le quemaban incienso». Manifestando la tendencia depravada de la humanidad el pecado de idolatría, cambiaron la confianza en Dios por algo visible, algo que pensaban que podían manejar o controlar.
Lo mismo continúa ocurriendo hoy. Iglesias llenas de personas que se aferran a sus preciados objetos o confían en sus propios méritos personales. El orgullo humano reina supremo.
La religión es hecha por el hombre, ella impresiona en la tierra, pero no sirve para llegar al cielo.
El mensaje correcto no estaba en adorar a la serpiente de bronce, sino en creer en aquel que ella representaba: “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.”(Juan 3: 14- 15)
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