“Vino a él un leproso, rogándole; e hincada la rodilla, le dijo: Si quieres, puedes limpiarme. Y Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano y le tocó, y le dijo: Quiero, sé limpio. Y así que él hubo hablado, al instante la lepra se fue de aquél, y quedó limpio.”
(Marcos 1: 40-42)
Nuestro Señor es infinitamente compasivo y misericordioso. Su amor fue y es tal que está dispuesto a tocar a quienes nadie más se le acerca. En el evangelio de Marcos leemos la siguiente historia: “Vino a él un leproso, rogándole; e hincada la rodilla, le dijo: Si quieres, puedes limpiarme. Y Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano y le tocó, y le dijo: Quiero, sé limpio. Y así que él hubo hablado, al instante la lepra se fue de aquél, y quedó limpio.” (Marcos 1: 40-42)
Este hombre leproso se encontraba en una situación desesperada, Lucas agrega que estaba “lleno de lepra” (Lucas 5: 12). Su condición era evidente, se había convertido en un paria en el antiguo Israel. Los leprosos no solo se encontraban físicamente desfigurados y socialmente rechazados, también estaban religiosamente contaminados. No podían ir al templo a adorar u ofrecer sacrificios. Asilados de todo y de todos, vivían sin familia, amigos, ocupaciones o esperanza. Su lastimosa condición era permanente, ya que no había cura en el mundo antiguo. ¡Terrible condición la de este pobre hombre!
En su desesperación, y violando todas las normas necesarias de exclusión, él se acerca a Jesús “rogándole; e hincada la rodilla”. Con reverencia y humillado se le acerca diciéndole estas palabras: “Si quieres, puedes limpiarme.” Él no tenía dudas en cuanto al poder de Jesús.
Una especie de horror mezclado con indignación debió haberse extendido entre la multitud de curiosos. Algunos probablemente retrocedieron aterrados. Otros quizás miraron alrededor en busca de piedras y palos para alejar al indeseable marginado. Algunos otros seguramente se quedaron observando silenciosamente la reacción de Jesús.
“Y Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano y le tocó, y le dijo: Quiero, sé limpio. Y así que él hubo hablado, al instante la lepra se fue de aquél, y quedó limpio.” Me conmueve leer esto, este es mi Señor también. El simpatizó con la triste situación del leproso, sintió la agonía del aislamiento y movido por su genuina misericordia toca al enfermo devolviéndole al instante su salud.
Sin duda alguna Jesús pudo haberle curado sin necesidad tocarlo, una simple palabra suya hubiera bastado, pero el escogió tocarlo. Quiso mostrarle su infinita misericordia de esta manera.
Jesús sigue hoy recibiendo a aquellos que vienen a Él con fe humilde, reconociendo su propia indignidad y clamando por su misericordia. Él está dispuesto a tocar al excluido dándole limpieza total. Para el leproso espiritual que clama en fe: “Si quieres, puedes limpiarme”, la misericordiosa respuesta del Señor es siempre la misma: “Quiero, sé limpio”