“Ha puesto eternidad en el corazón de ellos.” (Eclesiastés 3:11)
Dios colocó un sabor o anhelo de eternidad en nosotros que no se puede satisfacer en ninguna experiencia terrenal. Así lo escribió Salomón: “Ha puesto (Dios) eternidad en el corazón de ellos (todos los seres humanos).” (Eclesiastés 3:11).
El hombre vive ansiando siempre algo más que no puede encontrar en su existencia en esta tierra.
C.S. Lewis, en su clásico “Cristianismo Básico” lo dice de esta manera: “Las criaturas no nacen con deseos a menos que exista una satisfacción para esos deseos. Un bebe siente hambre; y en efecto hay una cosa llamada comida. Un patito quiere nadar; y hay una cosa tal como agua. Los hombres tienen deseos sexuales, y existe algo como el sexo. Si me hallo con un deseo que ninguna experiencia de este mundo puede satisfacer, la explicación más probable es que fui creado para otro mundo. Si ninguno de mis placeres terrenales lo satisfacen, eso no prueba que el universo es un fraude. Probablemente, los deseos terrenales nunca tuvieron el propósito de satisfacerlo, sino solamente de avivarlo, para sugerir la cosa real”
Fuimos creados para eternidad y no vamos a experimentar ese descanso plenamente sino cuando entremos en el reino para el cual fuimos creados: la eternidad.
Tal vez Agustín de Hipona tenía en mente Eclesiastés 3: 11 cuando escribió: “Nos has hecho para ti, y nuestros corazones no tienen descanso sino cuando aprenden a descansar en ti.”
Ahora, es importante que digamos que esa eternidad se puede pasar con Dios en el cielo o lejos de su presencia en el infierno. Y este último lugar no es precisamente para descansar. He aquí que la pregunta más importante sea ¿Dónde voy a pasar la eternidad cuando muera?
El camino al cielo es uno solo, leamos estas palabras de Jesús: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis. Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino. Le dijo Tomás: Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino? Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.” (Juan 14: 1-6)
Recibe a Jesucristo como tu Salvador y él se convertirá en tu compañero permanente desde ahora y por toda la eternidad.
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