“Escribe al ángel de la iglesia en Filadelfia: Esto dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre.”(Apocalipsis 3: 7)
Una puerta cerrada que esperábamos estuviera abierta no es una experiencia agradable. Me conforta leer estas palabras en la Biblia: “Escribe al ángel de la iglesia en Filadelfia: Esto dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre.”(Apocalipsis 3: 7) Aquí, nuestro Señor se define a sí mismo como «el Santo», es decir, el perfecto, y «el Verdadero.» Con esto quiere decir que Él aborrece el mal, que no aconseja mal, y que no se ocupa de actividades engañosas. Él es «santo»; Él es «verdadero», y El tiene «la llave de David», que es símbolo de autoridad. Observe en qué consiste esa autoridad «el que abre y nadie cierra, y cierra y nadie abre.»
El Señor y solo El es el responsable de las puertas cerradas y también de las puertas abiertas. “Lo que hago yo, ¿Quién lo estorbará?” declaró el Señor en Isaías 43: 13. También leemos: “Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada; y él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces?” (Daniel 4: 35) Nadie puede cerrar las puertas del reino ni de las bendiciones si El las mantiene abiertas, y nadie puede lograr que se abran si El las tiene cerradas. El es el Soberano Señor. El tiene la llave.
En nuestro andar cristiano viviremos estas experiencias con regularidad. Por más fervorosas que sean nuestras oraciones, habrá ocasiones cuando su respuesta será ¡no! Una puerta cerrada.
Debemos aprender a aceptar esto y a no intentar forzar esa puerta, porque podemos encontrarnos luchando neciamente en contra de la voluntad de Dios. Y en muchas ocasiones, cuando El nos cierra la puerta de una oportunidad es para llevarnos a través de una mejor.
Si encontró esa puerta cerrada, déjela así y acéptelo. Es más, aunque pueda resultar difícil al principio, dele gracias a Dios. Recuerde que él no jamás se equivoca.