Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida, y se traspasen los montes al corazón del mar; aunque bramen y se turben sus aguas, y tiemblen los montes a causa de su braveza. Selah.”   (Salmo 46: 1-3)

Dios es más grande que los peligros que enfrenta­mos.

Medita conmigo en estas palabras. Ellas forman parte del salmo que inspiró a Martín Lutero para escribir “Castillo Fuerte es nuestro Dios”. Me refiero al Salmo 46: “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida, y se traspasen los montes al corazón del mar; aunque bramen y se turben sus aguas, y tiemblen los montes a causa de su braveza. Selah.”   (Salmo 46: 1-3)

¿Significa esto un “salvoconducto celestial” con el cual tenemos garantizado nuestro tránsito por este mundo con inmunidad ante el sufrimiento y la muerte? En ninguna manera.

La verdad persiste también para los cristianos: somos pecadores y caemos. Tendemos a enfermarnos, somos débiles y sufrimos. Somos mortales y por ende morimos. La ansiedad nos da úl­ceras. La gente nos intimida. La crítica nos afecta. La enfermedad nos asusta. Y la muerte nos persigue. Por tales razones, observemos bien que el salmista solo dice que no hay razón para temer: “No temeremos”.  Solo eso… ¡y es suficiente!

Considera esto. Aun ocurriéndonos lo peor (que según los incrédulos es la muerte), no tendríamos por qué temer. Por ejemplo, si nuestro Dios decidiera sacarnos de este mundo por medio de un desastre natural, aun así, ganaríamos. Por favor deléitate en esta verdad: “Porque este Dios es Dios nuestro eternamente y para siempre; Él nos guiará aun más allá de la muerte.” (Salmo 48: 14)

¡Con el único Dios Vivo y verdadero no hay manera de perder! ¿Él es tu Dios? Si no lo es, ve a Él a través de su Hijo El Señor y Salvador Jesucristo. El murió y resucitó para hacer eso posible.