“Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón” Hebreos (11:24)
Durante cuarenta años, Moisés fue príncipe de Egipto, la sociedad más rica, culta y avanzada de la época. Alcanzó una elevada educación y llegó a ser parte de la corte real: “Y fue enseñado Moisés en toda la sabi¬duría de los egipcios; y era poderoso en sus palabras y obras” (Hechos 7:22). Recibió todo lo que Egipto tenía para ofrecerle, esto no borró su conocimiento de la esperanza de Israel y de las promesas de Dios.
Al cumplir cuarenta años Moisés se enfrentó a una importante decisión. Tuvo que decidir entre Egipto o su pueblo Israel. Entre la lealtad a la nación que le acogió o unirse al pueblo que pertenecía. No era una decisión fácil. Pero nuevamente la fe establece la diferencia “Por la fe Moisés… rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón.” Esa fe que sin lugar a duda le enseñó su madre mientras le cuidaba como una nodriza.
En todos esos años su fe en el Dios de los hebreos creció. Sabemos por Esteban que un poco más de los pensamientos de Moisés durante ese tiempo: “El pensaba que sus hermanos comprendían que Dios les daría libertad por mano suya; mas ellos no lo habían entendido así” (Hechos 7:25). De una manera que no sabemos, Dios le había comunicado a Moisés que tenía para él una tarea especial. Lamentablemente Moisés no esperó el tiempo de Dios y el pueblo de Israel no lo aceptó. Ahora Moisés tuvo que elegir y al hacerlo rechazó la fama.
Si tienes fama tienes el aplauso del hombre. La gente mira la envoltura del paquete, se impresionan por lo externo, lo que se puede ver y medir. Viven fascinados con lo externo. Si tienes mucho dinero. Si es un artista reconocido. Si en la pared de tu oficina cuelgan muchos títulos. O si has alcanzado cierto poder político. Entonces eres famoso y en consecuencia admirado por otros. Moisés tenía muchas de esas cosas y renunció a ellas.
Desde el punto de vista del mundo, esa no fue una decisión inteligente, sacrificar todo a cambio de nada. Esa es la decisión de los “perdedores”, aquellos que se conforman con vivir abajo mirando hacia arriba a los que están en las alturas. Esta sociedad enamorada del éxito no entiende una decisión como esta.
Moisés realmente estaba sacrificando nada por todo. Dio sus espaldas a la fama, el poder, el prestigio y la honra para volverse a Dios, a su causa, a su llamado. Y lo pudo hacer “porque tenía puesta la mirada en el galardón” (v. 26). Fue una decisión de fe. Nosotros podemos hacer lo mismo, y cuando la fe marca nuestras decisiones, siempre serán sabias sin importar lo que otros puedan pensar.