“¡Cuán innumerables son tus obras, oh Jehová!
Hiciste todas ellas con sabiduría;
la tierra está llena de tus beneficios.”
(Salmo 104: 24)

Nuestra tendencia es no apreciar ni prestar atención a lo que damos por sentado. La buena salud, la comida deliciosa, un trabajo con el cual nos ganarnos el sustento, las circunstancias pacíficas y los hogares hermosos. Probablemente nunca has sufrido dolor o enfermedad por largo tiempo, y aceptas tu buena salud sin considerarla una bendición.

Pero cuando esas bendiciones, que están entre las más grandes de la vida, comienzan a desaparecer, nuestro aprecio por ellas aparece y va creciendo. Para la persona que se enfrenta a la triste realidad de un deterioro físico continuo y a la posibilidad de una muerte prematura, la vida adquiere un nuevo significado. Comienza a agradecer por todas las cosas que tiene el privilegio de disfrutar y que antes no tenía ojos para ver: la hermosura del cielo con su radiante sol, el aire fresco, la hermosura de las plantas, la compañía de los seres amados; todo se vuelve más significativo.

Estas son las palabras del salmista: “¡Cuán innumerables son tus obras, oh Jehová! Hiciste todas ellas con sabiduría; la tierra está llena de tus beneficios.” (Salmo 104: 24) A pesar de las cosas tristes que vemos a diario, también vivimos en un lugar lleno de los beneficios divinos. Ellos están presentes en nosotros mismos y en todo lo que nos rodea. No esperes a perderlos para entonces valorarlos. Ahora es el momento para ser agradecidos a Dios por ellos.

La bondad de Dios es grande: “¡Cuán grande es tu bondad, que has guardado para los que te temen, que has mostrado a los que esperan en ti, delante de los hijos de los hombres!” (Salmo 31: 19) Nuestro Dios no solo hace cosas buenas, sino que Él es bueno. Los que le temen y esperan en El, son testigos de esa bondad. Él es Aquel que nos bendice con toda bendición espiritual: “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces” (Santiago 1:17). El apóstol Pablo nos asegura que “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8:28). Dios bendice porque Él es la fuente de toda bendición, de toda buena dádiva. La auténtica bondad solo puede venir de Él porque no existe otra fuente de bondad fuera de Él. Esa es su naturaleza y esa es nuestra necesidad. Por eso en todas las cosas, sea en dolor, lucha, pruebas, frustración, oposición o adversidad, nosotros alabamos a Dios, porque Él es bueno.

Detengámonos y dejemos de mirar por un momento lo negativo y comencemos a ver las innumerables bendiciones con las cuales el Dios Bueno nos colma cada día.

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