“Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios.”  (1 Corintios 1: 18)

Lo que nosotros llamamos sabiduría, el mundo lo llama locura. Y viceversa. Nosotros consideramos locura la sabiduría del evolucionismo, el humanismo, el ateísmo y el marxismo. No solo eso, sino que rechazamos cualquier sistema religioso o filosófico de esfuerzo y aprobación egocéntricos. En lugar de eso, nos aferramos a la palabra de la cruz, al Mesías crucificado y resucitado, y al mensaje que el mundo considera locura. Sin embargo, es sabiduría de Dios: “Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios.”  (1 Corintios 1: 18) Estas son las buenas nuevas según las cuales los pecadores pueden ser perdonados y reconciliados con Dios a través de la persona y la obra de Jesucristo.

Aunque hay muchas religiones y filosofías que influyen sobre el mundo, todas caen en dos categorías básicas: los sistemas falsos de quienes perecen, y el verdadero evangelio que es abrazado por aquellos a quienes Dios ha salvado. A los que perecen, el mensaje de la cruz les resulta difícil de creer. Ellos se burlan de las nociones de deidad, del Cristo encarnado, del nacimiento virginal, de la vida perfecta, de los milagros, de la muerte expiatoria, de la resurrección y ascensión al cielo. Para ellos, el mensaje del evangelio suena a locura, especialmente en nuestra era de descubrimientos científicos, avances tecnológicos y sofisticación académica. La cultura no cristiana de la época de Pablo también tenía su abanico de críticos y burladores. El apóstol Pablo usó el ataque de los escépticos contra ellos mismos. El explicó que, lo que el mundo considera locura, Dios demuestra que es la esencia misma de la sabiduría. El evangelio es sabiduría divina y es poder para salvación.

En el evangelio vemos la gloria de la humillación, es decir, que el escándalo de la cruz fue el medio que Dios utilizó para llevar a cabo su plan eterno de redención. En el evangelio vemos la fuerza de Dios en nuestra debilidad. Esta sabiduría es la que vence nues­tra locura, su poder que regenera nuestros corazones depravados, y su provisión salvadora que nos saca de nuestra vergonzosa y miserable condición de pecadores. En el evangelio vemos la dignidad del indigno. Por cuanto estamos en Cristo, nosotros que carecíamos por completo de méritos estamos revestidos de su justicia y somos declarados dignos. Por tanto, no nos gloriamos en nosotros mismos, sino en el Señor. Estas son verdades que el mundo que nos rodea no comprende. De hecho, no puede entenderlas a menos que el Espíritu de Dios ilumine sus corazones con la verdad del evangelio.

Cabe aclarar que nuestra cultura va cada vez peor. ¿Significa eso que los creyentes debemos aislarnos o retroceder por temor? No. Debemos ser activos en la misión que Dios nos ha encomendado. Porque si vivimos conforme al evangelio, estaremos brillando con la luz de Cristo. Y cuando eso sucede, las personas van a hacerse preguntas acerca de nosotros. Tenemos que estar listos siempre para responder a todo el que pregunte, para explicar la palabra de la cruz a quienes perecen, de modo que a través del evangelio también puedan conocer la sabiduría y el poder de Dios que salvan. Como explicó el apóstol Pablo: “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego” (Romanos 1: 16) Armados de la misma confianza, debemos proclamar con denuedo las buenas nuevas a las personas a nuestro alrededor. Orando para que Dios las rescate como nos rescató a nosotros y las traslade del reino de las tinieblas al reino de su amado Hijo.

 

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