“Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo.” (2 Corintios 5:10).

Es evidente que en este siglo XXI las vidas de muchos creyentes están frías, llenas de apatía e indiferencia hacia un servicio de verdadero compromiso con el Señor. Las recompensas del presente les parecen más atractivas que las eternas. Corren tras más dinero y más reconocimiento mientras sacrifican las cosas realmente más importantes. Por supuesto que en esta vida hay recompensas, pero muchos están almacenando tantos tesoros en tierra, que no tienen tiempo para guardar tesoros en el cielo.

En los juegos griegos el juez se sentaba en una silla desde donde podía ver todo de principio a fin. Nada obstruía su vista. Cuando estemos ante el Juez Supremo, Él podrá ver todas nuestras vidas. El tribunal de Cristo será el momento de la verdad para cada uno de nosotros: “Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo.” (2 Corintios 5:10). Es cierto que cuando creemos en Jesucristo nuestros pecados pasados, presentes y futuros, quedan juzgados en la cruz: (Romanos 8:1). Sin embargo, llegará un momento cuando los muertos en Cristo serán resucitados, y los que hayan quedado vivos se les unirán en el aire durante el arrebatamiento de la iglesia. En ese momento todas nuestras obras aquí en la tierra serán juzgadas. El pueblo de Dios será probado, no por la cantidad, sino por la calidad de sus obras. Entonces recibiremos coronas para ponerlas a los pies del Salvador.

Cuando Cristo dicte su juicio no habrá información extraviada. Todo estará desnudo y abierto. Será el momento que “aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones” (1 Corintios 4:5). Y también en ese momento nos llevaremos algunas verdaderas sorpresas. Hombres y mujeres prominentes, reconocidos mundialmente por sus filantropías, pero poco profundos en su compromiso con Cristo, tomarán asiento detrás de otros que se esforzaron en el anonimato, simplemente haciendo la obra de Dios.

El tribunal de Cristo será el tiempo cuando las obras que los creyentes han hecho en la carne, no en el poder del Espíritu Santo, sean reveladas. Algunos verán cómo el trabajo de toda su vida se desvanece como humo: “Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego” (1 Corintios 3:14-15). Juan añade que algunos de los que estarán ante el Señor aquel día serán literalmente “avergonzados” (1 Juan 2:28).

No queremos comparecer ante el Señor Jesucristo avergonzados de haber desperdiciado inútil e infructuosamente la poderosa provisión y las promesas preciosas que nos concedió en nuestra salvación. Es tiempo que examinemos las motivaciones que nos impulsan en todo lo que hacemos en el servicio al Señor Jesucristo. Tenlo por seguro, habrá recompensas para quienes se hayan mantenido firmes, dispuestos a servir por un genuino amor a Dios.

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