“Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo;

el que me sigue, no andará en tinieblas,

sino que tendrá la luz de la vida.”

(Juan 8:12)

Estando en el lugar de las ofrendas del templo, no un edificio, sino trece receptáculos con forma de trompeta o cajas de las ofrendas, ubicadas en la sección del templo llamada “patio de las mujeres”. Se llamaba así porque era la parte del templo más interna a la que podían acceder las mujeres. En ese mismo sitio, Jesús hablaba mientras los sacerdotes alumbraban cuatro grandes candelabros para iluminar el cielo nocturno como un reflector. Su luz era tan brillante que una fuente judía antigua declaró: “No había un patio en Jerusalén que no reflejara su luz” Esto servía como un recordatorio de la columna de fuego por la cual guío Dios al pueblo de Israel en el desierto (Éxodo 13:21–22). El pueblo —incluso los líderes de mayor dignidad— danzaban alrededor de los candelabros durante la noche, mientras sostenían antorchas ardientes en sus manos y cantaban canciones de alabanza. Fue en este trasfondo de la ceremonia cuando Jesús declaró: “Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.” (Juan 8:12) 

Observen que no dijo yo soy una luz; una entre muchas; sino la luz, la única y sola fuente de verdad. Solo Jesucristo trae la luz de la salvación al mundo maldito y oscurecido por el pecado. El vino a este mundo como “la luz en las tinieblas [que] resplandece” (Juan 1:5), la “luz verdadera, que alumbra a todo hombre” (Juan 1: 9). Cuando Él era niño, Simeón lo llamó “luz para revelación a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel” (Lucas 2:32).  Él es la luz de la verdad para la oscuridad de la falsedad, es la luz de la sabiduría para la oscuridad de la ignorancia, es la luz de la santidad para la oscuridad del pecado, es la luz de la alegría para la oscuridad del lamento, y la luz de la vida para la oscuridad de la muerte.

Pero a diferencia de los candelabros fijos y temporales, Jesús es una luz que nunca se apaga, una luz para seguir. Tal como Israel siguió la columna de fuego en el desierto (Éxodo 40:36–38), así Jesús llamó a los hombres a seguirlo. El que le sigue como Él lo prometió, no andará en las tinieblas del pecado, el mundo y Satanás, sino que tendrá la luz que produce vida espiritual. Los creyentes iluminados por Jesús reflejamos su luz en nuestro oscuro mundo: “Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder.” (Mateo 5:14) “Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz” (Efesios 5: 8) “Para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo” (Filipenses 2: 15)

Seguir a Cristo no es difícil, como tampoco lo es caminar en la luz. Es mucho más fácil que ir dando tumbos en la oscuridad. Condición que prefiere la mayoría al rechazar su oferta de salvación. Por favor no seas tú uno de ellos. 

 

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