“Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas;

porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor.”

(Mateo 9: 36)

Tenemos un Señor muy misericordioso y compasivo.  Esa misericordia y compasión de Jesús fueron temas recurrentes en su ministerio. Mateo 9:36 señala que Jesús “tuvo compasión de ellas [las personas]; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor”.

En otra ocasión “Jesús, vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, y sanó a los que de ellos estaban enfermos” (Mateo 14:14). Cuando se topó con dos hom­bres ciegos, “Jesús, compadecido, les tocó los ojos, y en seguida recibieron la vista; y le siguieron” (Mateo 20:34). Una vez “vino a él un leproso, rogándole; e hin­cada la rodilla, le dijo: Si quieres, puedes limpiarme” (Marcos 1:40). Una vez más “Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano y le tocó, y le dijo: Quiero, sé limpio” (v. 41). El Señor detuvo un cortejo fúnebre del único hijo de una viuda, y lo resucitó de los muertos porque “se compadeció de ella” (Lucas 7:13).

Una vida sin Dios es una existencia miserable. ¿Cómo puede alguien sin Cristo enfrentarse a las grandes e inesperadas tragedias propias del vivir humano? Si aun para nosotros son momentos difíciles que, si no fuera por la consoladora misericordia e inmensa compasión divina que vienen a nuestro auxilio, no podríamos enfrentarlos.

Imagina por unos segundos si es que puedes, que te enfrentas al dolor y al sufrimiento humano sin tener a Jesucristo. Intenta imaginarlo y te verás en un oscuro valle llamado desesperanza. Triste lugar en el que hoy se encuentran vagando muchas almas.

¡Gracias Señor porque no nos faltan tu misericordia y compasión! ¡Gracias porque te tenemos, porque nos has salvado y contigo la vida es más fácil!

Descendamos a esos lóbregos valles para encender la luz de Cristo y que esas vidas desorientadas puedan hallar el camino.

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