“No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” (Romanos 12: 2)

Si queremos ser como Cristo necesitamos ir en una dirección diferente a la que sigue la gran mayoría. Esto, aunque seamos los únicos en ese viaje. El apóstol Pablo escribió a los cristianos de Roma: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” (Romanos 12: 2)

¿Qué nos hace pensar que la opinión pública es la mejor? ¿Quién le ha otorgado a esa mayoría la autoridad para determinar lo que es correcto? El hecho de que muchos hagan algo no implica que ese algo esté bien. Aunque una mayoría se dirija en una dirección, no significa que esta sea la correcta. 

En este país hemos sido testigos de décadas de destrucción persistente. Destrucción de valores y de genuina espiritualidad. Una turba desenfrenada y sensual, cargando con los demoledores mazos de sus gustos personales e ideas retorcidas, intentan destruir la cultura, la historia, el patriotismo, la democracia, la empresa, la espiritualidad, la familia y todas las demás esferas. Quieren hacer desaparecer la historia y reescribir una nueva. Como los antiguos hebreos en el desierto, levantan el becerro de la diversidad, adorándolo en un desborde de sensualismo. El ídolo de la diversidad demanda tolerancia hacia todo menos hacia los valores tradicionales judeocristianos.

Podemos darnos por vencidos y tirar la toalla. Pero Dios nos llama a glorificar su nombre. Aunque seamos pocos, estamos llamados a mostrar al mundo la dirección correcta. Dejemos que sea Dios quien trace el camino de nuestra vida por medio de su Palabra. Cuando lo hacemos tendremos la luz que necesitamos para distinguir lo correcto de lo incorrecto. Y así seremos verdaderamente guías en una sociedad que ha perdido el rumbo.

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