“En cuanto a mí, casi se deslizaron mis pies; por poco resbalaron mis pasos.
Porque tuve envidia de los arrogantes, viendo la prosperidad de los impíos.
Porque no tienen congojas por su muerte, pues su vigor está entero.
No pasan trabajos como los otros mortales,
ni son azotados como los demás hombres”
(Salmo 73: 2- 5)
Seamos sinceros. En ocasiones el pecado parece dar más que lo que la vida justa puede dar. Tan solo observa el mundo actual, el incrédulo parece salir ganando, parece tener todas las ventajas, ¿no te has percatado?
La impresión que dan los impíos es que viajan por esta vida con relativa facilidad, sorteando sus problemas con mentiras y engaños. Tienen el auto que quieren, la casa de sus sueños, aunque tengan que destruir a cualquiera para conseguirlo. Parece que, por lo general, se salen con la suya, sin tener que responder por sus acciones. Y si alguien tiene la osadía de interponerse en su camino, le pasan por encima.
Asaf también vio esto y perdió el enfoque correcto: “En cuanto a mí, casi se deslizaron mis pies; por poco resbalaron mis pasos. Porque tuve envidia de los arrogantes, viendo la prosperidad de los impíos. Porque no tienen congojas por su muerte, pues su vigor está entero. No pasan trabajos como los otros mortales, ni son azotados como los demás hombres” (Salmo 73: 2- 5) El luchaba con la envidia. Le costaba entender por qué los justos apenas podían salir adelante mientras que los impíos disfrutaban estilos de vida opulentos y suntuosos. Y solo pudo vencer esa crisis de fe cuando alejó sus ojos de la riqueza material y empezó a adorar a Dios: “Hasta que entrando en el santuario de Dios, comprendí el fin de ellos. Ciertamente los has puesto en deslizaderos; en asolamientos los harás caer.” (Salmo 73:17, 18). Cuando su atención se volvió a enfocar en Dios en vez de sus circunstancias, Asaf venció el desaliento y la envidia. Adorar al Señor volvió a orientar su perspectiva.
¿Te sientes como Asaf? Necesitas hacer lo mismo que él. No permitas que tus pies se deslicen o resbalen. Cuando ponemos nuestra mirada en la dirección correcta, comprendemos que la verdadera la sabiduría es temer a Dios y eso es más importante que cualquier riqueza. También llegamos a entender que la auténtica recompensa por la fidelidad viene después. Y que el mayor tesoro que podemos tener en esta tierra es una relación íntima con Dios.
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