“No hay temor de Dios delante de sus ojos”. (Romanos 3:18)

La condición pecaminosa de los hombres y de su muerte espiritual se hace evidente en el hecho de que para ellos: “No hay temor de Dios delante de sus ojos”. El texto completo del Salmo 36:1 del que cita Pablo aquí, dice: “La iniquidad del impío me dice al corazón: no hay temor de Dios delante de sus ojos”.

En un sentido positivo, nosotros tenemos temor reverente de Dios, el cual parte de estar conscientes de su poder, su santidad y su gloria. La adoración verdadera siempre incluye esa clase de temor del Señor. El temor reverente de Dios es el principio de la sabiduría espiritual (Proverbios 9:10). Y esa clase de temor también es un elemento necesario para llevar a cada persona a la salvación, como sucedió en el caso de Cornelio (Hechos 10:2), y para motivar a los nuevos creyentes en su crecimiento espiritual.

En un aspecto negativo del temor de Dios tiene que ver con el miedo y el terror. Incluso los creyentes deberíamos tener cierta medida de esa clase de temor, lo cual actúa como una protección contra la práctica del pecado. El escritor de Proverbios observó que, “con el temor de Jehová los hombres se apartan del mal” (Proverbios 16:6). Por la misma razón de ser hijos de Dios, estamos sujetos a su disciplina cuando persistimos en el pecado (Hebreos 12:5–11).

Sin embargo, los incrédulos deberían tener temor de Dios en su sentido más urgente y aterrador. Él destruyó a Sodoma y Gomorra a causa de su indescriptible inmoralidad y convirtió a la esposa de Lot en un pilar de sal por la sencilla razón de voltearse a mirar la horrenda escena en un acto de desobediencia. A causa de su obstinada maldad, Dios destruyó a toda la raza humana por un diluvio, salvando solo a ocho personas. Hizo ahogar a todo el ejército egipcio cuando trató de capturar a los hijos de Israel y llevarlos de vuelta a la esclavitud en Egipto.

Aunque por momentos llegamos a sentirnos agotados al mirar a los incrédulos que aparentemente viven “tranquilos” sin temor a Dios y nos viene la tentación de bajar los brazos. ¡No lo hagamos, no nos rindamos! He aquí lo que Dios nos dice a través del sabio: “No tenga tu corazón envidia de los pecadores, antes persevera en el temor de Jehová todo el tiempo; porque ciertamente hay fin, y tu esperanza no será cortada.” (Proverbios 23: 17-18)

Continúenos perseverando en el temor de Dios todo el tiempo, recordando que habrá un final tanto para los pecadores irredentos en su fría indiferencia como para nosotros con nuestras luchas terrenales. Para ellos, el ser cortados en esta tierra y plantados en una eternidad en el infierno. Para nosotros, partir de este mundo y llegar a la presencia gloriosa de nuestro Dios. Allí y solo allí, nuestras luchas habrán terminado para siempre. Vale la pena perseverar viviendo en el temor a Dios.

 

 

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