“Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible.” (1 Corintios 9: 25)

Mark Twain dijo: «La única manera de cuidar la salud es comer lo que no queremos, beber lo que no nos gusta y hacer lo que preferiríamos no hacer» Esta peculiar e hilarante declaración es una verdad a medias. La verdad completa es: «Para obte­ner lo que más deseamos, debemos abstenernos de algunas cosas que deseamos menos». En otras palabras, hacemos sacrificios más pequeños a corto plazo, en lo relativo a nuestra dieta y nuestro ejercicio, para la mayor alegría a largo plazo de tener salud y energía, y vivir para ver a nuestros nietos.

Algo similar a esto estaba en el corazón del apóstol Pablo, cuando por inspiración divina escribió estas palabras a los corintios: “Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible.” (1 Corintios 9: 25) Hacer lo que más deseamos requiere que no hagamos todo lo que queremos. El atleta olímpico en entrenamiento quiere quedarse en cama, comer panqueques y tomar sodas, pero hay algo que desea más: ganar. Por lo tanto, se esfuerza para lograr lo que más desea. Y para esto mantiene una perspectiva a largo plazo.

El esposo que le dice no a la tentación y cuida de su esposa con Alzheimer en lugar de tener una aventura amorosa no está sacrificando la felicidad por la fidelidad. Por el contrario, está escogiendo el camino hacia una felicidad mayor mediante la fidelidad. Si, está haciendo lo correcto, y si, debiera cumplir con sus obligaciones, aunque el costo sea muy alto. Pero en realidad, será genuinamente más feliz por hacerlo.

La vida cristiana se gana y se pierde más que nada en el campo de batalla de las ideas en lo relativo a lo que nos hace felices. Por supuesto, los adictos y los que hacen dieta saben que muy a menudo, en los momentos de mayor debilidad, escogerán la alegría secundaria inmediata que produce infelicidad a largo plazo: las inyecciones, las fumadas, las píldoras, los deliciosos dulces o los batidos que parecen buenos en ese momento, pero que dejan consecuencias no deseadas.

La gracia de Dios no solo nos perdona cuando pecamos; nos da poder para no pecar. Pablo dijo que la gracia de Dios nos enseña a que «renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente» (Tito 2:12). La vida cristiana consiste en gran parte en depender de la capacitación del Espíritu Santo para pensar y actuar en oposición a los deseos que nos inculcaron en la Caída y, en lugar de eso, cultivar y actuar de acuerdo con los deseos de nuestra nueva naturaleza en Cristo (Romanos 6:1-14).

Seamos sabios, vivamos con una perspectiva a largo plazo, tomemos decisiones que honren a Dios y nos impulsen adelante en el tiempo. Sacrifiquemos nuestros propios intereses impulsados por el ego para experimentar la perfecta sincronización con el reloj de Dios. En lugar de exigir lo que queremos ahora, a menudo es mucho mejor esperar: “Mejor es el… que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad.” (Proverbios 16: 32)

Una perspectiva a largo plazo fortalece los músculos de nuestro autocontrol. Y suele abrir las puertas a las bendiciones más duraderas y significativas. Aquellas que nos harán genuinamente felices por venir de la mano de nuestro buen Dios.

 

 

 

 

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