“¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros?” (Santiago 4: 1)

Pelear surge de manera natural para la mayoría de las personas. ¿Por qué? Porque todos nacemos con una naturaleza salvaje que prefiere atacar en lugar de pasar por débil o darse por ven­cido. Esperamos que el mundo, de espaldas a Dios y desprovisto de su Palabra y Espíritu, se caracterice por las peleas. Las personas pelean en los negocios, en política, en religión, en educación, en el matrimonio y en los deportes. Pero, triste como suena, cierto es que los creyentes también nos ponemos los guantes de boxeo y en ocasiones hasta en la misma iglesia. No es sorpresa, entonces, que Santiago presente la arena específica de los conflictos: «¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros?» (Santiago 4: 1ª). ¿De dónde vienen estas guerras y contiendas entre nosotros? Nos veríamos tentados a decir: «¡De Satanás!» o «¡De falsos hermanos»!» o «¡De los herejes que se han introducido en secreto!» ¡Equivocado! La respuesta de Santiago es esta: «¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros?» (Santiago 4: 1b). Él es muy bueno para restregarnos en la nariz de nuestra propia depravación cuando lo necesitamos. Puede parecer duro a veces, pero el simplemente transmite la verdad de Dios de manera clara y directa.

Santiago usa el término más neutral para «pasiones». Literalmente quiere decir «disfrutes». Esto puede incluir el deseo de tener éxito, el deseo de usar los talentos y dones, o el deseo de tener relaciones personales, alimento, diversión, o las necesidades de la vida. El problema surge cuando el mundo frustra nuestros logros de estos deseos. Entonces las «pasiones» de la vida se vuelven fuentes de conflicto. Y cuando algo o alguien se interpone en el camino para cumplir nuestros deseos, tendemos a pelear hasta que nos salimos con la nuestra.

Estos recordatorios frecuentes de nuestra propia naturaleza perversa aparte de la gracia de Dios pueden hacernos mucho bien. Recordemos que Santiago mencionó la fuente de la tentación y pecado como nuestra «propia concupiscencia» (1:14). El desorden y la perversidad resulta de nuestros propios «celos y contención» (3:16). ¿Qué nos está diciendo Santiago? Que somos nosotros los principales responsa­bles por nuestras propias peleas internas. Satanás puede hacer de las suyas y los no creyentes pueden alegrarse al vernos a nosotros despedazándonos unos a otros, pero somos nosotros los que tenemos la culpa. Así que es precisamente con nosotros que debe empezar la solución a las peleas y los conflictos

¿Cuál es el remedio? Contentamiento. Sentirnos confortables y seguros con lo que somos y dónde estamos dentro de la voluntad de Dios. No teniendo que «ser el mejor», ni «ir más allá dejando atrás a todo el que podamos», ni «tener más y más para ser más respetados», ni «demostrarle al mundo», ni «llegar a la cumbre». Contentamiento quiere decir entregarle a Dios nuestras esperanzas frustradas y metas no alcanzadas. Y aceptar humildemente su plan para nosotros.

La decisión es nuestra: podemos ser contenciosos o contentos. Si queremos empezar a terminar las peleas, debemos tener la paz que viene con el contentamiento, ¿por qué no dedicar algún tiempo para aprender de memoria Filipenses 4:11-13? Esa es una excelente manera de cambiar el rumbo que llevamos.

 

 

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