“Jesús le dijo: Ve, llama a tu marido, y ven acá. Respondió la mujer y dijo: No tengo marido. Jesús le dijo: Bien has dicho: No tengo marido; porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad.” (Juan 4:16–18)

Cuando dejamos de escandalizarnos por el pecado perdemos una fuerte defensa de protección contra el mismo. Alexander Pope escribió: “El vicio es un monstruo con un semblante tan espantoso, que en cuanto lo vemos lo aborrecemos; no obstante, verlo a menudo, familiarizarnos con su rostro, lleva primero a soportarlo, luego a tenerle pena, después a abrazarlo.”

Me temo que hoy estas palabras de Pope son una triste realidad en nuestra sociedad humana. Vivimos tiempos muy difíciles, donde conservar una vida santa es “mojigatería” y condenar el pecado es “extremismo”, “intolerancia” o “falta de amor”. Mientras muchos llamados cristianos están más que dispuestos a sacrificar la verdad a nombre del “amor”. Hablar la verdad es el resultado de recordar lo que Dios dice acerca de algo y proclamarlo con valor a otros, sin olvidar hablar “la verdad en amor” (Efesios 4: 15).

Eso fue exactamente lo que hizo Jesús con aquella mujer samaritana junto al pozo de Sicar. Fue por encima de todos los prejuicios de su época para alcanzar a esta mujer. Y la amó tanto como para decirle la verdad. Llevó la conversación a la necesidad que tenía esa mujer de arrepentimiento y salvación: “Jesús le dijo: Ve, llama a tu marido, y ven acá. Respondió la mujer y dijo: No tengo marido. Jesús le dijo: Bien has dicho: No tengo marido; porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad.” (Juan 4:16–18). La petición del Señor expuso la situación de la samaritana, su pecado: “Ve, llama a tu marido, y ven acá”. Jesús no sacrificó la verdad en nombre del amor por ella. El vio su mayor necesidad y hacia allí dirigió su conversación.

Las Escrituras no saben nada de amor genuino excluyendo la verdad.  Por eso la Palabra de Dios enseña una y otra vez del arrepentimiento para salvación. Y eso siempre ha requerido alejarse del pecado (Hechos 26:19–20; 1 Tesalonicenses 1:9). Jesús no vino a asegurar la perfección de los pecadores en la vida futura, mientras deja que sigan pecando en esta (Jeremías 7:9–10; Romanos 3:5–8; 6:1–2). No importa cuánto una persona se venda como “mensajero del amor” repitiendo esa falsedad. ¡Esa es una mentira de Satanás! Al contrario, Jesús “se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito 2:14). El resultado es que quienes vienen a Él y reciben verdaderamente el agua viva de la salvación eterna han sido “libertados del pecado, [y se hicieron] siervos de la justicia…, siervos de Dios” (Romanos 6:18, 22). Jesús respondió al interés de la mujer ofreciéndole la oportunidad de confesar sus pecados, recibir el perdón para purificarse y pasar de la iniquidad a la justicia.

En un mundo de mentiras, la Iglesia está llamada a ser “columna y baluarte de la verdad” (1 Timoteo 3:15). La gente necesita la verdad del Evangelio. Los predicadores no podemos traficar con esa verdad, es demasiado lo que está en juego. Es nuestra misión vivir en forma inamovible e inalterable, defender, proteger y predicar la verdad de la Palabra, proclamando “todo el consejo de Dios” (Hechos 20:27). No solamente la parte de la verdad divina que es agradable al oído humano, también aquella que ofende a la cultura que nos rodea.

 

Comparta!