“Fiel es Dios…” (1 Corintios 1: 9a)

¿Alguna vez le ha faltado alguien una promesa? Por supuesto que sí, a todos nos ha pasado. Y también nosotros lo hemos hecho a otros. Las promesas incumplidas son tan comunes que frecuente­mente nos sorprendemos cuando alguien realmente cumple. Me siento agradecido porque nuestro Dios cumple sus promesas. Él es Fiel: “Fiel es Dios.” (1 Corintios 1: 9a) Dios es siempre fiel. Pensemos en estas dos palabras: “siempre” y “fiel”.  “Siempre”, describe la realidad de que El permanece inmutable. “Fiel”, una cualidad que es parte de la naturaleza divina. No es que El no cambiará en su fidelidad, sino que no puede cambiar. El continuará siendo El mismo.

Los tratos de Dios con el pueblo hebreo nos ilustran vívidamente esta verdad.  A pesar de que Israel ha sido “un pueblo rebelde y contradictor” (Romanos 10:21), las Escrituras abundan en promesas del Señor de jamás abandonar a su pueblo escogido: (1 Samuel 12:22). No son las buenas obras de Israel las que garantizan su redención y restauración final, es la fidelidad de Dios Vivo para con ellos. Por medio del salmista el Señor dijo de Israel: (Salmo 89:31–37). En otro Salmo Dios promete que “no abandonará Jehová a su pueblo, ni desamparará su heredad” (Salmo 94:14). A pesar de la infidelidad continua de Israel, Dios “con todo, él miraba cuando estaban en angustia, y oía su clamor; y se acordaba de su pacto con ellos, y se arrepentía conforme a la muchedumbre de sus misericordias” (Salmo 106:44-45). La gracia de Dios siempre sobrepasa el pecado de su pueblo.

El Salmo 105 está totalmente dedicado a agradecer y alabar a Dios por permanecer siempre fiel en su relación de pacto con Israel. “Se acordó para siempre de su pacto”, declara el salmista, “de la palabra que mandó para mil generaciones, la cual concertó con Abraham, y de su juramento a Isaac. La estableció a Jacob por decreto, a Israel por pacto sempiterno” (Salmo 105:8-10).

Después que Israel volvió a la tierra tras setenta años de cautiverio en Babilonia, los levitas hablaron al Señor para interceder por una nación ahora penitente, reconociendo delante de Él todos los ciclos repetitivos en que el pueblo pasó de la iniquidad a la penitencia, al perdón y la restauración, tan solo para recaer otra vez en la impiedad: (Nehemías 9:26-27). “Mas por tus muchas misericordias no los consumiste, ni los desamparaste”, continuó la oración de los levitas, “porque eres Dios clemente y misericordioso” (9:31). Aunque Israel no merecía más que la condenación de Dios, sus propias promesas divinas para la nación no lo permitían, gracias a que Él es “Dios nuestro, Dios grande, fuerte, temible, que guardas el pacto y la misericordia” (v. 32). A través de Jeremías, el Señor aseguró a su pueblo: (Jeremías 30:10-11; 31:10). A causa de sus promesas de pacto dadas a Israel, esa nación nunca fue y nunca podrá ser dejada del todo a un lado por el Señor. A pesar de su incredulidad y rebeldía una y otra vez, Dios no cambio sus promesas para con ellos.

Esos sucesivos naufragios morales de Israel habrían sido suficientes para mí en hacerme desistir, estrujar el pacto y anular las promesas lanzándolas a las llamas del olvido. Pero gracias a Dios que no soy Dios.  Él no es así, el no estrujó su pacto incondicional con ellos y lo lanzó a las llamas. Este tema de la incredulidad y rebeldía de los judíos es sumamente relevante para nosotros los cristianos gentiles. Después de todo, esa es una garantía de que no desechará su nuevo pacto con nosotros. El apóstol Pablo nos asegura que nuestra victoria en Cristo es inevitable (Romanos 8:28-39).

La historia de Israel nos recuerda que nuestro Dios es absolutamente confiable, inmutable y fiel. Con el conocimiento de esta gloriosa verdad podemos disfrutar en una paz legítima en medio de cualquier circunstancia.

 

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