“Porque me propuse no sa­ber nada entre vosotros,

sino a Jesucristo, y a él crucificado”

(1 Corintios 2:2).

Nuestro Señor Jesucristo debe ser el poderoso cimiento sobre el que descanse nuestra vida y el corazón del mensaje que predicamos. Para el apóstol Pablo, siempre era Cristo. Aunque, por ejemplo, podía estar hablando del altar al Dios no conocido en Atenas (Hechos 7: 22-23), todo lo que decía apuntaba a Cristo.

La predicación que no exalta a Cristo es predicación vacía. Pablo escribió a los creyentes de Corinto: “Porque me propuse no sa­ber nada entre vosotros, sino a Jesucristo, y a él crucificado” (1 Corintios 2:2). Para Pablo, el vivir era Cristo, y el morir, ganan­cia (Filipenses 1: 21) Al apóstol Pablo en realidad no le importaba estar encarcelado, ni ser calumniado, ni enfrentar una posible ejecución porque Cristo era para él lo esencial, es decir la razón por la cual vivía. La predicación del evangelio era su gran tarea teniendo la plena confianza de que, a pesar de sus circunstancias negativas, la causa del Señor triunfaría. Por este motivo podía enfrentar la muerte sin temor. Es más, podía ver a ese temido enemigo de la muerte como ganancia, porque así estaría con Dios para siempre, gozando de su Santa presencia, adorándole y sirviéndole de una manera perfecta.

Cuando Pablo estuvo predicando a los corintios, como cuando predicó en otras partes, se [propuso] no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a este crucificado. No estaba interesado en discutir ideas o puntos de vista humanos, suyas propias o de cualquier otro. Él no proclamaría ninguna otra cosa sino al Cristo Jesús crucificado, resucitado y Redentor de los hombres. No predicaba acerca de Jesús como el maestro perfecto, el ejemplo perfecto o el hombre perfecto, aunque era todas esas cosas. El fundamento de toda su predicación era Jesús como Salvador divino. Es a Él a quien el mundo necesita conocer.  Pablo conocía y creía que Cristo es la respuesta a nuestras más profun­das necesidades. Por lo cual toda genuina exposición del evangelio tiene un tema, y ese tema es Cristo. Cuando Cristo es predicado, las vidas son transformadas. ¡Jamás lo olvidemos!

La cruz de Cristo era, y todavía lo es, la piedra de tropiezo o la locura para los que no creen (1 Corintios 1:23). Lo que parece más ilógico y loco a los ojos del mundo es en realidad el poder por el cual Dios transforma a los pecadores perdidos rescatándolos de las tinieblas a su reino de luz, librándolos del poder de la muerte y dándoles el derecho a ser llamados hijos de Dios (Juan 1:12). El apóstol Pablo estaba dispuesto a hacer todo el esfuerzo necesario para explicar y clarificar la cruz a fin de que una persona comprendiera el evangelio, pero no diría ni una sola palabra para modificarlo o contradecirlo.

 Es necesario que nosotros hagamos exactamente lo mismo, porque Cristo es el mensaje.

 

 

Comparta!