“Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor;
andad como hijos de luz” (Efesios 5:8)
Quien ha sido salvo del pecado debe terminar toda relación con el pecado. Quien ha conocido al Señor Jesucristo debe vivir como un verdadero hijo de Dios redimido y santo. Para ilustrar esta verdad, el apóstol Pablo emplea las figuras de las tinieblas y la luz: “Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz” (Efesios 5:8). El apóstol Pablo presenta aquí un contraste la vida del creyente antes de la salvación y lo que Dios ha hecho para que sea después de la salvación.
Antes el apóstol Pablo escribe en la misma carta que “él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás.”(Efesios 2:1–3). Para nosotros, ser tinieblas debe ser cosa del pasado.
Antes de venir a Cristo nuestra existencia total, nuestro ser así como nuestra conducta, se caracterizada por las tinieblas. No había otro aspecto en nuestra vida espiritual que no fuese propio de las tinieblas. Éramos hijos de oscuridad e “hijos de desobediencia” (Efesios 5:6). No solo estábamos en pecado, sino que nuestra naturaleza misma estaba caracterizada por el pecado.
En contraste a lo que éramos antes de confiar en Cristo. Ahora somos luz en el Señor. Dios el Padre “nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo” (Colosenses 1:13), y Él es quien nos “llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9).
La Biblia habla en algunas ocasiones de los cristianos diciendo que están en la luz o que son de la luz, pero aquí se dice que son luz. “Vosotros sois la luz del mundo”, dijo Jesús (Mateo 5:14). Por cuanto ahora participamos de la naturaleza propia de Cristo, somos partícipes de su luz. Así como Él es “la luz del mundo” (Juan 8:12), su pueblo también es “la luz del mundo”.
Gracias a que estamos en el Señor, nosotros que antes fuimos hijos de oscuridad ahora somos hijos de luz, y es como tales hijos que debemos andar en esta vida. ¡Ese es nuestro más sagrado deber!
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