“Cuando oyó, pues, que estaba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba.” (Juan 11: 6)

Los pensamientos y el calendario de Dios a menudo no son los nuestros. Llegando esto a convertirse en un gran reto a nuestra confianza en Dios mucho más de lo que quisiéramos.

La historia de la pérdida de Marta y María nos llama a la reflexión sobre el tema. En ella leemos acerca de dos mujeres que conocieron al Hijo de Dios de manera muy personal y, sin embargo, lucharon por entender la forma en que atendió la enfermedad de Lázaro: “Cuando oyó, pues, que estaba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba.” (Juan 11: 6) ¿Por qué no fue corriendo a Betania tan pronto como oyó las noticias? ¿No le importó? ¿Por qué permitió que Lázaro sufriera su enfermedad hasta el momento de un desenlace fatal? Sin embargo, ambas mujeres, expresaron continua devoción al Señor; ninguna se desató en amargura ni cuestionó su bondad. Simplemente expresaron desilusión mezclada con perplejidad.

El Señor expresó su empatía con el dolor de sus amigos y compartió su enojo por la opresión cruel de la muerte. La muerte, después de todo, no es invención de Dios; es consecuencia del pecado. El respondió a esta expresión del mal. Y al hacerlo les enseñó a ellos y también a nosotros dos grandes verdades.

1. Cuando los sucesos no salen cómo esperamos, Dios tiene un mejor tiempo y una mejor manera. Cuando sucede algo difícil, rara vez sabemos de qué otra circunstancia nos salvó el Señor. Pero una cosa es cierta: siempre estaríamos agradecidos si lo viéramos todo desde su perspectiva. Dios siempre sabe lo que se propone.

2. El enfoque de Dios es eterno, no temporal. Piénsalo… si el Señor contestara toda oración por sanidad, ¡nadie jamás se moriría! Pero quedaríamos atascados en cuerpos que experimentan dolor, se enferman, sufren heridas, se cansan y se desgastan… para siempre. Viviríamos atrapados en un per­petuo sube y baja de enfermedades y salud, lesiones y reparaciones, ¡hasta que finalmente cansados de vivir desearíamos morir! Gracias a Dios, él tiene una mejor manera. Él trajo a Lázaro de entre los muertos para el mayor bien de todos, pero a la larga, gozosamente el permutó su carne debilitada por un cuerpo que no podía ser dañado por el mal.

Nosotros tendemos a ver nuestra existencia como limitada a los años que tenemos antes de que nuestros cuerpos no puedan aguantar más y dejen de funcionar. La Biblia nos asegura que esta parte de nuestra existencia no es nada comparada con lo que recibiremos después de la muerte: (Romanos 8: 18)

¿Quieres mantenerte en calma hasta que, a la larga, el Señor irrumpa en tu vida recompensando la confianza que has puesto en él, aunque lo haga sin las explicaciones que deseas? Repite en tu mente estas palabras hasta que las creas en tu corazón «El Señor tiene un mejor plan». Entonces y solo entonces hallarás reposo en la bondad de Su carácter puro y Su plan perfecto.

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