“El Dios de Israel ha dicho, me habló la Roca de Israel: Habrá un justo que gobierne entre los hombres, que gobierne en el temor de Dios. Será como la luz de la mañana, como el resplandor del sol en una mañana sin nubes, como la lluvia que hace brotar la hierba de la tierra.” (2 Samuel 23: 3-4)

En un mundo marcado por las injusticias y la falta de paz, las naciones y sus gobernantes muestran una total incapacidad para cambiar las cosas. No hay paz económica, ni religiosa, ni racial, ni social, ni familiar, ni paz personal. La sociedad humana vive medio de una tormenta de marchas, huelgas, mítines, protestas, demostraciones, alborotos y guerras. Desacuerdos y conflictos están a la orden del día. Y es entonces cuando muchos, presas del pánico, claman por soluciones rápidas que ofrecen gobiernos fuertes. Así surgen y proliferan manipuladores oportunistas que se aprovechan de las circunstancias para alzarse con el poder, ofreciendo una falsa paz mundial por medio de un globalismo humanista. Todo es un engaño satánico.  

La sociedad humana necesita a Dios si quiere hacer del mundo un lugar mejor. Permítanme que les lea acerca de la verdadera esperanza para este mundo en crisis. El rey David comparte el mensaje que Dios le dio: “El Dios de Israel ha dicho, me habló la Roca de Israel: Habrá un justo que gobierne entre los hombres, que gobierne en el temor de Dios. Será como la luz de la mañana, como el resplandor del sol en una mañana sin nubes, como la lluvia que hace brotar la hierba de la tierra. “(2 Samuel 23: 3-4) El Rey ideal será Justo y ejercerá autoridad de parte de Dios con verdadera justicia. Este Rey “será como la luz de la mañana, como el resplandor del sol en una mañana sin nubes”, es decir como los vitales rayos del sol al amanecer.” Y “como la lluvia que hace brotar la hierba de la tierra”, es decir como las lluvias que dan vida y alimentan la tierra. Este Rey ideal es el Mesías Venidero: (Isaías 9: 6-7)

En el Milenio nuestro Señor Jesucristo reinará “sobre el trono de David y sobre su reino disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia” (Isaías 9: 7). En ese reino, los elementos políticos y religiosos se unificarán en la persona del Señor Jesucristo. Esto ocurrirá literalmente en el Milenio. Donde lo que es verdadero, recto y digno influirá en todos los aspectos de la vida, incluso en las relaciones interpersonales, en el comercio, en la educación y el gobierno. Donde se impondrá una paz total y permanente. Donde abundarán el gozo, y prevalecerá la buena salud, tanto que las personas vivirán durante siglos. Donde no habrá maldición, y será restaurado el medio ambiente a la original pureza del Edén, donde reinará la paz en el reino animal, de modo que “Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará” (Isaías 11:6). El mundo por primera vez estará gobernado por un perfecto y glorioso Gobernante, que combatirá instantánea y firmemente el pecado.

Y “lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite… desde ahora y para siempre. El celo de Jehová de los ejércitos hará esto.”   (Isaías 9: 7) Ese reinado continuará en el reino eterno. Será un reino sin fin. Al final de los mil años, el reino milenario se unirá al reino eterno en el que Cristo reinará por los siglos de los siglos. Una vez que comience el reinado de Cristo, cambiará de forma, pero nunca terminará o se interrumpirá.

Esta es la verdadera esperanza de tener un mundo mejor. Esta es la esperanza bíblica, no un deseo sino una realidad futura absoluta garantizada por el Señor mismo. Por tal razón podemos exclamar con el salmista: “¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío” (Salmo 43:5) En medio de todas aquellas cosas que hoy nos producen abatimiento y turbación, esperemos en Dios y solo en El. Al final habrá un Rey Justo.

 

 

 

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