(Apocalipsis 20: 7-10)

Un cambio exterior no produce un cambio interior. En el libro de Apocalipsis leemos acerca de un futuro hermoso, de un mañana grandioso lleno de maravillosas transformaciones. Imagínate si puedes, una época en que Satanás será atado y el Justo habrá venido para reinar sobre la tierra. Este será el Milenio.  Y en este contexto, ya culminando el milenio, ocurrirá lo siguiente: “Cuando los mil años se cumplan, Satanás será suelto de su prisión, y saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y a Magog, a fin de reunirlos para la batalla; el número de los cuales es como la arena del mar. Y subieron sobre la anchura de la tierra, y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada; y de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió.  Y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos.” (Apocalipsis 20: 7-10)

Cuán a menudo las personas piensan que, si de alguna manera pueden cambiar el exterior, serán distintos por dentro, o si de alguna manera pueden salir de su difícil situación, de alguna manera podrán remediar el vacío y el dolor interior.  

No… cambiar de lugar no funciona. Un cambio de ubicación o viajar no lo logrará.

No… si eres un hombre, mutilar tus genitales no te convertirá en una mujer. O si eres una mujer, la terapia hormonal masculizante no te transformará en un hombre.

No… un férreo control de armas de fuego, ni leyes más severas, ni más agentes de policía podrán erradicar el homicidio.

No… una ideología socialista que prometa un sistema más justo no acabará con las desigualdades, el hambre y la pobreza.

No… una unión global expresada en un Nuevo Orden Mundial ofreciendo un paraíso terrenal, no hará de este mundo un lugar mejor.

En contraste con todo ese engaño, Jesús enseñó que el problema del hombre está en su interior: “Lo que del hombre sale, eso contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre” (Marcos 7:20–23).

Los acontecimientos al final del Milenio comprueban eso. Una vez que Satanás sea liberado del abismo sin fondo, reunirá con facilidad un ejército humano para oponerse a Dios (Apocalipsis 20:8), incluso en el contexto de un reino glorioso sin crimen, pobreza o injusticia.

Según Jesús toda persona es pecadora en el mismo centro de su ser. La gran necesidad humana está en el interior: “Engañoso es el corazón más que todo las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jeremías 17: 9) Nuestro problema radica en nuestro corazón. De ese pozo séptico fluyen palabras malévolas, acciones malignas y actitudes inicuas. Pecamos porque somos pecadores. Hacemos cosas malas porque somos malos. El hombre no es bueno, sino una criatura caída que necesitada urgentemente un nuevo corazón.

Cada ser humano debe reconocer que está perdido. Que vive andando sin rumbo en medio de una inmensa niebla de confusión, promovida por una sociedad que vive de espaldas a Dios, donde que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo. Separados de Dios no tenemos la más mínima posibilidad de solucionar el caos en que vivimos. El hombre necesita arrepentirse y volverse a Dios. Nuestra única esperanza es Jesucristo.

 

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