“Entonces Jehová le dijo: Por cuanto el clamor contra Sodoma y Gomorra se aumenta más y más, y el pecado de ellos se ha agravado en extremo, descenderé ahora, y veré si han consumado su obra según el clamor que ha venido hasta mí; y si no, lo sabré.” (Genesis 18: 20-21)
La humanidad en su naturaleza corrupta ha diseñado a su propio creador pasivo, que permite todo y jamás se enoja, un dios que no exige cuentas por la maldad humana. Pero ese dios de manufactura humana no es el Dios de la Biblia. Él nos pide cuentas por el pecado, sea que reconozcamos o no, sea que lo disfracemos con nuestras lógicas razones o no. A Él no le importa que la depravación humana justifique su pecado llamándolo “amor”. Lo que Dios llama pecado, Él no le cambiará el nombre. El pecado ofende al Dios Santo, y las consecuencias de rechazarlo a Él por el pecado son mucho más graves de lo que podemos imaginar.
La Biblia nos muestra la respuesta del Dios Vivo a la maldad de dos antiguas ciudades. La depravación total de Sodoma y Gomorra había llegado a ser infame; todos en Canaán y más allá sabían lo que pasaba allí. Las culturas politeístas y supersticiosas de esa época despreciaban a esas ciudades ¡y las consideraban inmorales! Y eso que muchas de ellas practicaban la prostitución y sacrificios infantiles en los templos como parte de sus ritos de fertilidad. Con este detalle podemos tener una mejor idea de la extrema maldad estas cuidades.
Y Dios responde a esa perversidad. Leamos a continuamos su conversación con Abraham: “Entonces Jehová le dijo: Por cuanto el clamor contra Sodoma y Gomorra se aumenta más y más, y el pecado de ellos se ha agravado en extremo, descenderé ahora, y veré si han consumado su obra según el clamor que ha venido hasta mí; y si no, lo sabré.” (Genesis 18: 20-21) El término hebreo para “clamor” describe un grito de socorro en tiempo de aflicción, un grito de un corazón perturbado, que tiene necesidad de ayuda. Muy frecuentemente, el grito se dirige a Dios. Es la misma palabra que el Señor usó cuando confrontó a Caín después de que Caín asesinó a Abel: “Y él le dijo: ¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra.” (Génesis 4:10). Posteriormente, se usaría para describir el sufrimiento de los israelitas bajo la esclavitud de Egipto (Éxodo 2:24; 3:7). Este contexto sugiere que el grito que Dios oyó llega en contra de las ciudades malvadas, no desde ellas.
Debido a que el pecado y la maldad siempre tienen víctimas, el clamor llega de los que sufrían a manos de Sodoma y Gomorra. Los gemidos de dolor profundo y los gritos angustiantes de terror llegan a los oídos de Dios. Los clamores de los heridos pueden estar ocultos de nuestros oídos o pueden permanecer encerrados en las almas de las víctimas del pecado, pero nunca se ocultan de Dios. Entonces él toma una decisión: “Descenderé ahora, y veré si han consumado su obra según el clamor que ha venido hasta mí; y si no, lo sabré.” (v.21) Dios es omnipresente, lo que significa que Él está presente en todo el universo, en todo momento. Él es omnisciente, lo sabe todo. Él nunca aprende nada. No tiene que ir a ninguna parte para obtener información. Él se revela de esta manera para que Abraham y nosotros, podamos entenderlo. Él decidió bajar a la tierra desde el cielo para confrontar el pecado de Sodoma y Gomorra.
No te engañes, el hombre no va a mejorar separado de Dios. La naturaleza humana será arrastrada más y más a la maldad. Los hombres se sumirán en una marea de corrupción, y se gloriarán en ella. El hombre no es bueno, sino una criatura caída que necesita urgentemente del nuevo nacimiento, “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3: 23). Y ten la absoluta seguridad que, frente a este problema humano, no hay solución humana.
Recuerda que Dios escucha el clamor de las víctimas. La única esperanza para la humanidad es Jesucristo. El hombre no va a mejorar aparte del Señor Jesús. Llevemos el evangelio a los perdidos confiando en el poder del Espíritu Santo para iluminarlos y hacerles nuevas personas.