“Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén.” (Romanos 1: 24- 25)

Una nación puede estar bajo el juicio de Dios y vivir engañada. A los incrédulos pueden parecerle que su “libertad” y “derechos” crecen, se expanden, cuando realmente en su ceguera se esclavizan más y más. El apóstol Pablo escribió a los romanos: “Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén.” (Romanos 1: 24- 25) Cuanto más quitan a Dios de una nación, más “libertad” parece tener su sociedad para hacer lo que quiere, ¿no? Pero según Pablo, ocurre justo lo contrario. La frase “Dios los entregó” es un verbo griego y un término judicial usado cuando un juez entrega a un preso a su sentencia. No se dirige a la libertad sino a la prisión. Este es el resultado de que “habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios”, es no “tener en cuenta a Dios” (Romanos 1: 21, 28).

La palabra “inmundicia” se refiere a “deseo apasionado” y en este contexto significa impureza sexual, un término asociado en otros lugares con actividad sexual ilícita (Romanos 6:19; 2 Corintios 12:21; 1 Tesalonicenses 4:7). Apocalipsis 9:21 profetiza que habrá una explosión rampante de inmoralidad sexual (porneia) en los últimos días. El efecto de la inmundicia rebelde y voluntariosa de los hombres les conduce a deshonrar entre sí sus propios cuerpos. Cuando buscan glorificar sus propias costumbres y satisfacer sus cuerpos con la indulgencia vergonzosa en pecados sexuales y de otro tipo, tanto sus cuerpos como sus almas son deshonrados.

En Estados Unidos, nuestros estándares con respecto al sexo han seguido cayendo en picada. Según el Dr. David Jeremiah, “En enero de 2016, el sitio de pornografía en línea más grande de Internet publicó sus estadísticas anuales. Solo en este sitio web, en solo un año, 2015, los consumidores vieron 4,392,486,580 horas de pornografía”. Convertido en años, son 500.000 años viendo porno. ¡Esta es una sociedad obsesionada con el sexo! De hecho, saturada de él. Y no es solo porno “regular”, Jeremías dijo: “Según un artículo de CNN, Estados Unidos alberga más sitios web comerciales de pornografía infantil que cualquier otro lugar del mundo”.

Aunque muchos dicen: “Todo vale” o “Si se siente bien, hazlo”, un eslogan más popular hoy es “Sigue tu corazón”. Una vez más, el engaño sutil del corazón humano es estar convencido de la propia libertad para perseguir los deseos, cuando en realidad hacerlo es una señal reveladora de que el pecador está bajo el juicio de Dios. Recordemos las palabras del profeta Jeremías: “Engañoso es el corazón mas que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? ” (Jeremías 17: 9) Este es un triste recordatorio de quienes somos en realidad, de la naturaleza depravada que tiene el hombre. El corazón es engañoso, depravado. El Señor Jesucristo dijo: “De dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre” (Marcos 7:21-23). 

En lugar de alejarse de Dios toda nación necesita acercarse a Él. Cada ser humano debe reconocer que está perdido. Que vive andando sin rumbo en medio de una inmensa niebla de confusión, promovida por una sociedad que vive de espaldas a su Creador, donde que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo. ¡Nos estamos autodestruyendo! Separados de Dios no tenemos la más mínima posibilidad de solucionar el caos en que vivimos. El hombre necesita arrepentirse y volverse a Dios. Nuestra única esperanza es Jesucristo.

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