“Estad quietos, y conoced que yo soy Dios…”

(Salmo 46: 10a)

Todos enfrentamos luchas; los cristianos tenemos la gran bendición de poder entregarle las nuestras al Señor. El mismo Dios nos dice estas maravillosas palabras: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios…” (Salmo 46: 10a) El mandato “estad quietos” viene de un verbo imperativo hebreo que significa descansar o detenerse. Es una reprensión. Algunos eruditos dicen que esa frase va dirigida a aque­llas naciones que atacan al pueblo del pacto de Dios. Otros dicen que Dios está reprendiendo a los hebreos por su falta de confianza en él. Ambas cosas son posibles. El salmista nos muestra al Señor enojado con las naciones que están peleando con­tra su pueblo, pero igualmente molesto con la violencia de su pueblo, que optó por volverse a las armas en lugar de confiar absolutamente en El. Hay una insinuación tenue de que estos intentos violentos de defenderse solo están empeorando las cosas en vez de mejorarlas.

¿No le parece conocida esta experiencia? Hay momentos en que nosotros hacemos exactamente lo mismo; decidimos ahorrarle trabajo a Dios e intentamos pelear nuestras batallas dependiendo únicamente de nosotros o del brazo de los hombres. Llegando siempre al mismo inevitable final, el fracaso y una maraña de complicaciones. 

¿Estás en medio de una situación difícil? ¿Sientes temor? ¿Tus intentos por solucionarla han sido en vano? ¿Tus esfuerzos de autoprotección te han causado más daño que bien?  Dios les deja a sus hijos que batallan con situaciones complicadas esta gloriosa promesa: “Me invocará, y yo le responderé; con él estaré yo en la angustia; lo libraré y le glorificaré.” (Salmo 91: 15)

Dios quiere que confiemos nuestras luchas a Él a través de la oración. Él quiere que aprendamos a descansar en El. Cuando nos damos cuenta de nuestra debilidad personal, nuestra reacción debe ser cederle a Él la lucha. 

Es Dios el que nos da la victoria en cada una de nuestras debilidades. Él puede encargarse de cualquier situación por la que atravesemos. En realidad, él es todo lo que necesi­tamos. Luchar por nosotros mismos no se compara con la fortaleza divina.

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