“Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra. Mas todo esto os harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado. Si yo no hubiera venido, ni les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa por su pecado.” (Juan 15: 20 -22)

El mundo o ama u odia. No conoce la neutralidad. Te amará o te odiará dependiendo de si estás de acuerdo con el o no. Y la religión es una parte de este sistema mundano: “Os expulsarán de las sinagogas; y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios.” (Juan 16:2).

Cubrirá su odio con el llamativo ropaje del refinamiento, la cultura y la paz. Pero no importa su apariencia, el sistema de pensamiento del mundo es un enemigo grosero e ignorante de Dios y, en consecuencia, condenará a cualquiera que se atreva a ponerse del lado de Dios.

¿Aun lo dudas? Haz esto. Ve con el sencillo y poderoso evangelio de Jesucristo a los lugares de educación superior, a los envenenados por ideologías liberales y háblales con toda claridad. Contempla cómo su «tolerancia» se desvanece. Observa cómo desaparece de sus rostros el control racio­nal para transformarse en un desprecio evidente.

Las anales del tiempo pasado son evidencia de que el ciclo de la historia tiende a repetirse. Por eso Jesús advirtió: “Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra. Mas todo esto os harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado. Si yo no hubiera venido, ni les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa por su pecado.” (Juan 15: 20 -22) Nuestro Señor fue sumamente claro. Habrá consecuencias por ser un fiel proclamador del mensaje. No obstante, la gente necesita escuchar la verdad de Dios. Con amor necesitan ser confrontados con la realidad de su condición perdida y de la gran esperanza que hay en Jesucristo.

A nuestro Señor no lo detuvo la enormidad del sacrificio que tuvo que enfrentar por los pecadores. ¿Nos detendrá a nosotros el costo de la obediencia?

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