«Por lo cual eres inexcusable, oh hombre,

quienquiera que seas tú que juzgas; pues en lo que juzgas a otro,

te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo.»

(Romanos 2:1).

En su carta a los Romanos el apóstol Pablo nos señala: «Por lo cual eres inexcusable, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas; pues en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo.» (Romanos 2:1). El verbo griego que aquí se traduce «juzgar» es el mismo término que usó Mateo al relatar la enseñanza de Jesús: «No juzguéis, para que no seáis juzgados.» (Mateo 7:1).

Ni Jesús ni Pablo nos llaman a desechar el discernimiento. Pablo le escribió a la iglesia de Corinto respecto a un hombre que había tenido relaciones sexuales con la esposa de su padre: «Ciertamente yo, como ausente en cuerpo, pero presente en espíritu, ya como presente he juzgado al que tal cosa ha hecho.» (1 Corintios 5:3). Luego ordenó que se ex­pulsara al hombre de la congregación con la esperanza de que el castigo lo llevaría al arrepentimiento (1 Corintios 5:5). También Jesús presentó a sus oyentes un reto: «¿Y por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo?» (Lucas 12:57).

Con esta advertencia de «no juzguen», Jesús y Pablo están condenando el pérfido pecado de la hipocresía. Cuando discernimos entre el bien y el mal y nos exigimos cuentas unos a otros, debemos estar vivamente conscientes de nuestros pecados. En otras palabras, debemos auto examinarnos antes de ofrecernos para examinar otros. 

Respondernos sinceramente estas preguntas nos ayudará a despojarnos de esa actitud de despiadado policía: ¿Hemos adoptado una actitud santurrona a la que no le importa nada el alma del otro? ¿Pregonamos los pecados de otro y luego (como fariseos modernos) no mostramos misericordia? ¿Estamos en efecto desviando la atención para alejarla de nuestra propia culpa y señalando con dedo acusador lo que otro ha hecho mal?

 Jesús dijo: «Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido.» (Mateo 7:2). El Señor quiere que nos interesemos en lo que está bien o mal. Quiere que la justicia de la tierra refleje la del cielo, que seamos sus agentes del bien y que nos levantemos contra el mal. Pero el mejor lugar para empezar es con nosotros mismos. Luego estaremos listos para ayudar a otros.

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