(Marcos 11:8–10)

Jesús se acercaba a Jerusalén, mientras una multitud desbordaba sus emociones. El evangelio de Marcos lo relata de esta manera: “También muchos tendían sus mantos por el camino, y otros cortaban ramas de los árboles, y las tendían por el camino. Y los que iban delante y los que venían detrás daban voces, diciendo: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino de nuestro padre David que viene! ¡Hosanna en las alturas!” (Marcos 11:8–10) Entre los presente unos tendían “sus mantos a lo largo del camino, otros cortaban ramas de los árboles, y las tendían por el camino.” A través del acto de tender mantos en el camino se expresaba la sumisión a un monarca. De esta manera reconocían que el rey estaba por encima de ellos. Al menos superficial y momentáneamente esa emocionada multitud reconocía a Jesús como el rey mesiánico. Pero eso no era suficiente.

Esa entusiasta muchedumbre estaba emocionada por “todas las maravillas que habían visto” (Lucas 19:37). Dentro de esas maravillas estaban la reciente resurrección de los muertos de Lázaro después de cuatro días, y la curación de los dos ciegos en Jericó. Con entusiasmo y llenos de esperanza, daban voces, diciendo: “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino de nuestro padre David que viene! ¡Hosanna en las alturas!”

Sin embargo, la multitud no estaba implorando la salvación del pecado, sino bendición, prosperidad y liberación del dominio y la opresión romana. Estaban buscando el cumplimiento de todas las promesas relacionadas con el reino del Mesías. Y cuando Jesús no las cumplió (no en ese tiempo, porque las cumplirá cuando venga por segunda vez), el entusiasmo sin fe que tenían se transformó en un hostil rechazo. Dolorosamente, muchos de los que en ese día lo aclamaron eufóricos como el Mesías y gritaron alabanzas a Dios, en menos de una semana pedirían a gritos su ejecución.

Jesús conoce perfectamente que la naturaleza humana es voluble, inestable y egoísta, y que muchos se sienten atraídos a Él por la emoción o la esperanza de bene­ficio personal. Estas personas son rápidas en levantar una mano, pasando al frente al seguir a otros en el grato ambiente de un templo en América. No obstante, quieren volverse atrás tan pronto como se percatan que la vida cristiana no es un lindo paseo por un jardín de rosas. Jesús declaró: “Y el que fue sembrado en pedregales, este es el que oye la palabra, y al momento la recibe con gozo; pero no tiene raíz en sí, sino que es de corta duración, pues al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza” (Mateo 13: 20-21). Estos parecen vivos para Cristo, y con frecuencia dan testimonios brillantes; conocen las frases populares entre los creyentes y en qué momento decirlas, pero cuando su rela­ción con El empieza a costar más de lo que esperaban, pierden el interés y no se les vuelve a ver en la iglesia.

La gran necesidad humana es de un Salvador. Y este Salvador vino por primera vez a morir en una cruz y así hacer posible la redención del hombre. El volverá por segunda vez y no como un humilde siervo, sino como el Soberano Rey de reyes y Señor de Señores. Aquel que rechace a Jesús como Salvador y Señor, tendrá que enfrentarlo como Juez. Así que controla tus emociones, usa tu voluntad, decide por Jesucristo arrepintiéndote de tus pecados y creyendo en El como tu Salvador y Señor.

 

 

 

 

Comparta!