“Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor.”

(Lucas 2: 10- 11)

Vivir sin esperanza produce temor, un temor que paraliza. Los pensamientos que infunden las preocupaciones por circunstancias que no permiten divisar un futuro prometedor; los pensamientos engendrados por verse frente a problemas sin solución, se convierten en la faena principal de la mente humana.  Todo se vuelve de un gris oscuro, donde no se percibe ni el más pequeño rayo de luz, eso se llama desesperanza.

Es una condición triste, la conozco, la he sentido, se dé que estoy hablando, formó parte de mi doloroso pasado sin Cristo. Y estoy seguro que del tuyo también. ¡Qué realidad más triste cuando un alma se desenvuelve en ella! La desesperanza es la condición en que la viven hoy muchas personas. No importa la temporada del año en que estemos, ni las celebraciones que se estén produciendo. No importa que se trate de Acción de Gracias, Semana Santa o de la misma Navidad, eso no cambia la condición espiritual de estas personas. Puede que ellas se unan al festejo experimentando una alegría temporal, completamente superficial, que depende del ambiente que les rodea, pero es una situación temporal, cuando pasa el festejo regresa nuevamente la tristeza, el vacío, la desesperanza.

Sin embargo, esa situación no tiene que ser permanente, eso puede terminar hoy mismo. Al reflexionar en este mensaje enviado por Dios aquellos humildes pastores en los campos de Judea, yo leo un mensaje de esperanza para gente que no la tenía. Aquellos humildes hombres que laboraban día y noche durante todo el año, personas comunes ocupadas en tareas comunes, recibieron el mensaje más extraordinario que cualquier ser humano pudiera escuchar: el anuncio del nacimiento de un Salvador para toda la humanidad, donde se cumplieron las palabras del profeta Isaías: “El pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz; los que moraban en tierra de sombra de muerte, luz resplandeció sobre ellos” (Isaías 9: 2).

Una transformación total: de tinieblas a luz, de muerte a luz de vida. Ese milagro solo puede producirlo Jesús. Esa posibilidad ocurrió en la primera Navidad: un Salvador para el mundo. La Navidad es una poderosa inyección de esperanza. El ángel invitó a los pastores a vencer el temor, y ver el gran milagro que Dios haría por ellos y por toda la humanidad, algo que llenaría de abundante gozo al hombre.

Aprovechemos esta preciosa oportunidad de llevar al mundo el mismo mensaje, anunciemos que hay esperanza, que todo puede cambiar para la vida que se vuelva Dios y reciba el regalo de la salvación en Jesucristo.

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