que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor.”

(Lucas 2: 11)

¿Cuál crees que es la mayor necesidad del hombre? He aquí la respuesta en el anuncio del ángel a aquellos humildes pastores en la primera navidad: “que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor.” (Lucas 2: 11) La gran necesidad humana es de un Salvador. Este hecho es que le da una dimensión muy especial a la Navidad.

No se trata simplemente del nacimiento de un niño; tampoco de un niño que nació para morir. De hecho, todo ser humano nace para morir. La navidad proclama el nacimiento de un niño que nació para morir por los pecadores. El nacimiento de Jesús fue el nacimiento de un Salvador: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.” (Romanos 5: 8). Estas son las palabras de aquellos samaritanos que trajo la mujer a la que Jesús habló junto al pozo de Jacob: “y decían a la mujer: Ya no creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo.” (Juan 4: 42)

Navidad nos recuerda que Dios suplió la gran necesidad humana al enviar un Salvador. En el libro “El progreso del peregrino”, de John Bunyan, Cristiano avanza por un camino llevando a sus espal­das una pesada carga. La carga es el pecado, todo su vergonzoso pasado. El peso está atado a él con cuerdas fuertes y él no puede hallar ningún alivio. La vergüenza y la desgracia junto con la condenación propia lo doblegan. Finalmente llega a la Puerta Estrecha; la abre y sigue un camino angosto que lleva al precipicio. Allí se encuentra con Jesucristo, el Único capaz de condenarlo sin embargo no lo hace. Cristiano contempla a través del vasto abismo y ve a la distancia una cruz desolada, y cerca una tumba vacía. Mientras mira y medita acerca de la cruz y la tumba, la carga que estaba fuertemente atada comienza a aflojarse. Una canción de liber­tad llena su agradecido corazón: “Hasta aquí he llegado cargado con mi pecado; no podía aliviar la aflicción en que me hallaba hasta que llegué aquí: ¡Qué lugar es este! ¿Debe ser aquí donde comienza mi bendición? ¿Debe ser aquí donde cae de mi espalda la carga? ¿Debe ser aquí que se rompen las cuerdas que me atan? ¡Bendita cruz! ¡Bendito sepulcro! ¡Más bien sea bendito el Hombre que fue puesto en vergüenza por mí!”

El murió por mí, también lo hizo por ti, fueron nuestros pecados los que clavaron a Jesús en esa cruz, hasta separarle de la comunión íntima con el Padre: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.” (2 Corintios 5:21). En otras palabras ¡Él tomó nuestro lugar en esa bendita cruz y en ese bendito sepulcro!

¿Puedes tu decir en esta Navidad que Jesús es tu Salvador? No debe ser este sencillamente un tiempo de fiestas, comidas y regalos, tu mayor necesidad es de un Salvador.

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