“Nada hay fuera del hombre que entre en él, que le pueda contaminar; pero lo que sale de él, eso es lo que contamina al hombre.”

(Mateo 7: 14)

La más peligrosa contaminación no viene de afuera de nosotros, sino de nuestro mismo interior: “Nada hay fuera del hombre que entre en él, que le pueda contaminar; pero lo que sale de él, eso es lo que contamina al hombre.” (Mateo 7: 14) Al hablar de corrupción espiritual, Jesús explicó: “Nada hay fuera del hombre que entre en él, que le pueda contaminar”. Más bien, la contaminación más peligrosa y que ofende a Dios es una realidad espiritual interna. La contaminación pecaminosa no proviene del exterior del pecador, sino que está dentro de él.

En Mateo 15:11, Jesús explicó que “lo que sale de la boca, esto contamina al hombre”. La contaminación moral no se manifiesta por lo que entra en la boca de una persona, sino por lo que sale de ella (Lucas 6:45). La boca no es solo el lugar donde se manifiesta la miseria, sino que es la salida más rápida, inmediata y constante para la maldad interior (Santiago 3:2–12). Lo que sale del individuo no es solo lo que la persona pronuncia, sino los deseos, pensamientos y actitudes detrás de sus palabras.

Debido a que el corazón es perverso, las intenciones, los designios, las ideas, los motivos, y las meditaciones también son depravados. De ese pozo séptico fluyen palabras malévolas, acciones malignas y actitudes inicuas. Esa es la contaminación más peligrosa y la que realmente daña al hombre con consecuencias eternas. Y esa debe ser la más importante preocupación de todo pecador. El daño que nos puede hacer un virus no es comparable al que nos puede hacer un corazón perverso.

Ven a Dios ahora, pidiéndole perdón por tus pecados y dejando que haga en ti una cirugía espiritual dándote un nuevo corazón. Y eso solo lo puedes recibir gracias a Jesucristo que murió por ti.

 

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