“No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús.”

(Filipenses 3: 12)

Mientras estemos en esta tierra la imperfección continuará marcando nuestras vidas, la perfección la alcanzaremos cuando estemos en gloria. Sin embargo, conocer esto no debe producir en nosotros apatía e indolencia, sino un celo por movernos en la dirección del premio. Con este celo escribió el apóstol Pablo: “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús.” (Filipenses 3: 12)

Pablo admite abier­tamente que él no ha llegado, nosotros también debemos humildemente reconocer lo mismo. Quienes piensan haber alcanzado la perfección espiritual no verán la necesidad de procurar una condición mejor. ¡Qué actitud tan equivocada!  Estas personas satisfechas y contentas consigo mismas se vuelven insensibles a su pecado y ciegos a sus debilidades.

Solo quienes reconocen continuamente la necesidad de combatir el pecado y cultivar la santidad crecerán en la vida cristiana.

El apóstol escribió “prosigo”, manifestando su empeño vigoroso y dinámico, el perseguía el premio espiritual con todas sus fuerzas, ejercitando al máximo cada musculo espiritual en su carrera por ganarlo: “¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis.” (1 Co. 9: 24)

En la ladera de uno de los Alpes suizos hay una señal que rememora a un hombre que murió en su intento por llegar a la cima. Allí está escrito su nombre y este breve epitafio: “Murió escalando”. No te des por vencido, persevera, prosigue como lo hizo el apóstol Pablo. Muere mientras asciendes por el camino que conduce al premio de la semejanza a Cristo.

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