“A quien amáis sin haberle visto,
en quien creyendo,
aunque ahora no lo veáis,
os alegráis con gozo inefable y glorioso.”
(1 Pedro 1: 8)
Nuestra relación con Dios no está basada en que le vemos físicamente: “porque por fe andamos, no por vista” (2 Corintios 5: 7) No hemos tenido el privilegio de ver a Jesús como sucedió con sus discípulos. No obstante, eso no impide que le amemos: “a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso.” (1 Pedro 1: 8)
Estas palabras suenan extrañas en los oídos de los incrédulos llevándolos a preguntar: ¿Cómo se puede amar a alguien a quien no se puede ver? La respuesta se encuentra en estos versículos: “En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.” (1 Juan 4: 9-10) Aprendemos amar cuando somos expuestos al amor de otra persona, así nos ha sucedido con relación a Dios.
Es posible amar a Dios que no vemos cuando nos hacemos conscientes de lo que él ha hecho por nosotros al ser iluminados para entenderlo. Él nos amó primero y expresó ese amor al dar por nosotros la preciosa vida de su Hijo. Al creer en Jesucristo iniciamos una relación personal con Dios. Y a lo largo del camino a la eternidad seguimos sin verle con nuestros ojos, pero amándole. Somos dichosos porque, aunque no hemos visto en persona al Salvador, creemos en él y le amamos como si estuviera presente.
¿Acaso no has visto a Cristo en los tiempos de prueba? Cuando viene el dolor, este disipa la niebla que obstruye nuestra visión espiritual. George Matheson nació en Glasgow, Escocia, en 1842. Cuando era niño tuvo solamente visión parcial, y su visión fue empeorando cada vez más hasta quedar completamente ciego a la edad de dieciocho años. A pesar de su limitación, fue un brillante estudiante y se graduó de la Universidad de Glasgow y después fue al seminario. Se convirtió en pastor de varias iglesias de Escocia, donde fue estimado y respetado en gran manera. Tras haber estado comprometido durante poco tiempo para casarse con una joven, ella rompió el compromiso al decidir que no podía sentirse satisfecha estando casada con un hombre ciego. Esta dolorosa desilusión llevó a Matheson a escribir el hermoso himno titulado: “Oh, amor que no me dejarás”. Es un himno de fe en la seguridad del inalterable amor divino. El Señor es el único que pudo transformar este sufrimiento en victoria. Lo mismo puede hacer con tu dolor y con el mío.
En momentos como esos Dios se hace especialmente visible a nuestra fe.