Vivió Enoc sesenta y cinco años, y engendró a Matusalén.

Y caminó Enoc con Dios, después que engendró a Matusalén,

trescientos años, y engendró hijos e hijas.

Y fueron todos los días de Enoc trescientos sesenta y cinco años.

Caminó, pues, Enoc con Dios, y desapareció, porque le llevó Dios.

(Genesis 5: 21- 24)

 

Caminar con Dios es vivir con El para El.  La fe autentica resplandece en medio de un mundo oscurecido por el pecado. Cuando la gente mira a alguien con genuina fe, ven a alguien que camina con Dios. He aquí un maravilloso ejemplo:

 

Vivió Enoc sesenta y cinco años, y engendró a Matusalén.

Y caminó Enoc con Dios, después que engendró a Matusalén,

trescientos años, y engendró hijos e hijas.

Y fueron todos los días de Enoc trescientos sesenta y cinco años.

Caminó, pues, Enoc con Dios, y desapareció, porque le llevó Dios.

(Genesis 5: 21- 24)

 

La persona que camina con Dios posee una actitud de obediencia voluntaria a los deseos de Dios. Lo que a Dios le importa, le importa a ella. Lo que Dios dice lo toma en serio:

 

El que dice que permanece en él,

debe andar como él anduvo.

(1 Juan 2: 16)

 

Esto no se refiere a una obediencia perfecta, no existirá tal cosa en el aquí y ahora. Se trata de una actitud de obediencia, reconocemos las áreas en las que aun fallamos y miramos a Dios en busca de ayuda.

El triunfo no es ajeno al fracaso. La persona que triunfa no es aquella nunca fracasa, sino la que sigue delante a pesar de su fracaso. Puedo estar tranquilo y seguro al saber que Dios me conoce de manera perfecta y que no dejará de amarme a pesar de mis fracasos. Dios jamás me rechazará cuando me equivoques. El conoce todas mis imperfecciones y nunca me mirará como un caso perdido.

Caminar con Dios es caminar en fe y caminar por fe:

 

 “Por fe andamos, no por vista”

(2 Co. 5:7).

 

“Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo,

andad en él; arraigados y sobreedificados en él,

 y confirmados en la fe”

(Col. 2:6–7).

 

Enoc creyó en Dios y siguió creyendo en Dios. No podía haber caminado con Dios por trescientos años sin confiar en Dios durante todo ese tiempo. Enoc nunca vio a Dios. Caminó con Él, pero no lo veía. Tan solo creyó que Él estaba ahí. Así agradó a Dios.

Como Enoc, nosotros debemos caminar con Dios cada día que estemos sobre esta tierra. Hasta que estemos en el cielo donde vamos a caminar con Él para siempre.

 

Comparta!