“Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá.”
(Lucas 21: 18)
¿Crees que tu vida gira sin control? ¿Vives obsesionado con las circunstancias que te atenazan? ¿Estás concentrándote en lo que te ocurre o te pudiera ocurrir, en lugar de hacerlo en Dios y en lo que ha prometido hacer?
En tiempos como esos, Dios sigue siendo Dios, el nunca pierde el control. El ha prometido cuidar de sus hijos sin importa lo que ocurra: “Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá.” (Lucas 21: 18) ¡Qué tremenda promesa el Señor nos da con estas palabras! Ella incluye la total seguridad de que jamás perderemos la vida eterna que Dios nos ha otorgado. Las ovejas de Cristo tenemos vida eterna y no pereceremos jamás, porque nadie tiene el poder para arrebatarnos de Él ni del Padre (Juan 10: 27-29).
Podemos enfrentar todo tipo de sufrimientos, pero nada podrá hacer que un hijo de Dios perezca finalmente. Es imposible que una vez que hayamos conocido el amor divino seamos separado El: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.”(Romanos 8: 35,37-39) En medio de tus temores recuerda estas maravillosas palabras.
Jesús nos dice con toda seguridad: “Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá.” Este era un dicho proverbial que expresaba seguridad y protección. Aunque un cristiano pueda morir físicamente, no podrá perecer espiritualmente.
La epístola de Judas concluye con una bendición maravillosa que hace hincapié en la realidad de cuan seguros estamos con Dios: “Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén.” (24- 25)
Necesitamos un corazón dispuesto a creer en lo que Dios ha dicho, y luego descansar tranquilamente en ello.

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