¿Hasta cuándo, Jehová? ¿Me olvidarás para siempre? ¿Hasta cuándo esconderás tu rostro de mí?”
(Salmo 13: 1)

Es la una realidad que a la mayoría de nosotros no nos gusta esperar, queremos que Dios actúe y que lo haga ahora. De manera semejante se sentía el David al expresar estas palabras:

“¿Hasta cuándo, Jehová? ¿Me olvidarás para siempre? ¿Hasta cuándo esconderás tu rostro de mí?”(Salmo 13: 1)

En otro salmo dice algo parecido:

“Cansado estoy de llamar; mi garganta se ha enronquecido; Han desfallecido mis ojos esperando a mi Dios.”(Salmo 69: 3)

Sin embargo, a Dios no lo pone nervioso el tictac de nuestro reloj, ni se mueve por nuestro calendario.

Cuando Jesús fue informado de la enfermedad de Lázaro, actuó de esta manera: “se quedó dos días más en el lugar donde estaba.” (Juan 11: 6) Los que conocemos la historia sabemos que posteriormente Jesús regala un sorprendente milagro a esta enlutada familia de Betania al devolver a Lázaro a la vida.

Dios nunca llega tarde, aunque desde nuestra perspectiva nos parezca que sí. El tiene su tiempo, el cual es perfecto. Y finalmente cuando decide actuar, vemos que lo hizo en el momento verdaderamente correcto. Su fortaleza no nos faltará durante esos tiempos difíciles:

“pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán.” (Isaías 40: 31)

Todos esperamos algo. No desperdicies tu precioso tiempo dejándote envenenar por la amargura. Acepta su espera como una oportunidad para madurar, y mientras lo haces no olvides que El está contigo y en su tiempo perfecto te mostrará su respuesta.

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