«Porque nada hay oculto, que no haya de ser manifestado; ni escondido, que no haya de ser conocido, y de salir a luz. »
(Lucas 8:17)

Nuestros secretos siempre salen a la luz de un modo u otro. Es solo cuestión de tiempo antes de que el manto del engaño que hemos entretejido con nuestras mentiras quede despedazado, dejando la verdad al desnudo para que todos la vean. A pesar de lo mucho que lo intentemos, no se nos estamos ocultando de Dios. Jesús dijo: « Porque nada hay oculto, que no haya de ser manifestado; ni escondido, que no haya de ser conocido, y de salir a luz. » (Lucas 8:17). A pesar de lo muy inteligentes que creamos que somos para escondernos, Dios ve nuestros pecados.

Si la advertencia anterior no es lo suficientemente aleccionadora, pensemos en esta otra: «…he aquí habréis pecado ante Jehová; y sabed que vuestro pecado os alcanzará.» (Números 32:23). No importa cuán rápido corramos, no podemos escapar de nuestro pecado, el nos alcanzará. Ya sea hoy, mañana, la próxima semana, el próximo mes, el próximo año, la próxima década o la vida por venir, nuestro pecado saldrá a la luz. No podemos ocultarnos para siempre.

¿No es sabio enfrentar nuestro pecado delante de Dios? Confesamos a El porque necesitamos su perdón. Y la increíble historia de su gracia por medio de Cristo es que no hay pecado que sea demasiado oscuro para la luz de Él. No hay pecado demasiado grande para su gracia. No hay pecado que hayamos cometido y que Dios no perdone cuando se lo confesamos y nos apartamos de nuestro pecado.

La Biblia dice: «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. » (1 Juan 1:9). Arrepentimiento es la palabra utilizada en la Biblia para la confesión sincera. Cuando alguien se arrepiente, se da la vuelta hacia el modo de vivir más elevado de Dios en lugar de los caminos más bajos de pecado.

Arrepentimiento es algo más que la tristeza por haber sido descubierto. Es una profunda tristeza por haber escogido nuestro propio camino en lugar del camino de Dios. Es hacerse dueño del modo en que usted ha herido a otros con su propio egoísmo.

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