“¿Hasta cuándo, Jehová? ¿Me olvidarás para siempre? ¿Hasta cuándo esconderás tu rostro de mí? ¿Hasta cuándo pondré consejos en mi alma, con tristezas en mi corazón cada día? ¿Hasta cuándo será enaltecido mi enemigo sobre mí?”
(Salmo 13: 1-2)

¿Te sientes abatido, como si estuvieras de cara al suelo? Si es así te podrás identificar fácilmente con estas palabras de David: “¿Hasta cuándo, Jehová? ¿Me olvidarás para siempre? ¿Hasta cuándo esconderás tu rostro de mí? ¿Hasta cuándo pondré consejos en mi alma, con tristezas en mi corazón cada día? ¿Hasta cuándo será enaltecido mi enemigo sobre mí?” (Salmo 13: 1-2)

Esperar mucho tiempo bajo el peso de una prueba puede aplastarte emocionalmente. Puedes llegar a pensar que Dios ha perdido interés en tu situación. Y en consecuencia tienes que buscar una salida por ti mismos. Hundiéndote más y más en un pantano de angustia, frustración y preocupación. Así se sintió David: “Con tristezas en mi corazón cada día” La tristeza se volvió su compañero permanente en su abatimiento.

Debemos reconocer que Dios utiliza las pruebas para transformarnos. Dios quiere capacitarnos y moldearnos. Él utiliza esas circunstancias angustiosas traídas por el mal para beneficiarnos en vez de destruirnos. La maldad con la que el mundo nos ataca se convierte en una herramienta para él. Y al hacerlo, él nos colma de bendiciones en lugares que nadie puede ver o tocar.

No hemos aprendido las lecciones más esenciales que Dios ha diseñado para nosotros en cualquier prueba a menos que digamos como David: “Dios me ha hecho bien”(Salmo 13: 6b). Este el testimonio de alguien que aprendió esta maravillosa lección: “Bueno me es haber sido humillado, para que aprenda tus estatutos. Mejor me es la ley de tu boca que millares de oro y plata. Tus manos me hicieron y me formaron; hazme entender, y aprenderé tus mandamientos. Los que te temen me verán, y se alegrarán, porque en tu palabra he esperado. Conozco, oh Jehová, que tus juicios son justos, y que conforme a tu fidelidad me afligiste.” (Salmo 119: 71- 75)

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