“¿Para qué salí del vientre?
¿Para ver trabajo y dolor, y que mis días se gastasen en afrenta?”
(Jeremías 20: 18)
Cuando nos envuelve la desilusión y la angustia, cuando ya no podemos estar más abajo, solemos decir y hacer cosas extrañas; esa fue la experiencia del profeta Jeremías: “¿Para qué salí del vientre? ¿Para ver trabajo y dolor, y que mis días se gastasen en afrenta?” (Jeremías 20: 18)
¿Qué le sucedió a este hombre de Dios para que llegara a maldecir el día en que nació? El solo fue obediente y declaró la verdad de Dios. ¿Qué recibió a cambio? Un castigo de cuarenta latigazos y luego ser encerrado en una mazamorra.
No puedo asegurarte que si haces lo correcto, que si andas en el camino de la obediencia a Dios, todo te saldrá como esperas. Muchas veces hacemos lo correcto y aun sufrimos por ello. Pero si puedo garantizarte que Dios no te abandonará.
El profeta se sintió frágil y muy humano, dijo cosas que no habría querido decir. Me identifico con él, a todos nos ha pasado alguna vez. Es precisamente en medio de experiencias similares cuando necesitamos recordar que su presencia nos acompaña ofreciéndonos sus fuerzas, tal como dijo Pablo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.” (Filipenses 4: 13) Recuerda esto y regresara el ánimo, la esperanza, la confianza y la determinación a tu vida.
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