“Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque.”
(Eclesiastés 7: 20)
Todo hombre está marcado por la imperfección. Solía decir el presidente Abraham Lincoln: “Todos los hombres son creados falibles”. Si recordamos esta realidad tendremos menos sorpresas y decepciones. La Biblia lo enseña una y otra vez acerca de nuestra imperfecta condición. He aquí algunos ejemplos.
Dijo el predicador: “Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque.” (Eclesiastés 7: 20)
El apóstol Pablo fue lo suficientemente humilde para admitir: “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús.” (Filipenses 3: 12)
También Santiago escribió: “Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo.”(Santiago 3: 2)
No tiene sentido excusar o esconder esa imperfección, el Señor la conoce. Solo cuando la aceptamos, viviremos dependiendo de Dios y estaremos más dispuestos a entregarle a El todas nuestras batallas internas. Confesemos a Dios esos fracasos que nos molestan y afectan, esas palabras imprudentes, esos arrebatos de cólera, ese persistente resentimiento contra alguien o la respuesta hiriente que dimos a otra persona.
El pecado nos acosa, necesitamos la gracia divina, ella está disponible para gente imperfecta como nosotros.

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