“Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.” (Romanos 8: 14)

Todo buen padre se interesa en guiar a sus hijos. Somos responsables de suplir para necesidades materiales de nuestros hijos, pero también de ofrecerles guía a través de palabras de ánimo y buenos consejos.

Al conocer a Cristo iniciamos una estupenda relación con Dios, pasamos a formar parte de su familia, Él es ahora nuestro Padre y nosotros somos sus hijos, como parte de esta nueva relación también podemos contar con su guía práctica todos los días: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.” (Romanos 8: 14) Como hijos de Dios él nos guía con su Espíritu.

Este versículo es una promesa y un medio práctico de seguridad. Contiene su promesa de dirección, el Espíritu Santo nos guiará de manera objetiva y a veces a través de las circunstancias (Hechos 16: 7), pero más que todo por medio de su iluminación o aclaración divina de las Escrituras para que nuestra mente pecaminosa y finita pueda entender la Palabra de Dios: “Y les dijo: Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos. Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras.” (Lucas 24:44-45)

Este verso de Romanos 8: 14 también declara la dirección divina para nosotros de manera práctica y en la cual podemos estar seguros. Podemos tener la seguridad de que si dependemos del Señor antes de tomar cualquier decisión, él nos dará la luz que necesitamos. Nunca he conocido a un creyente que con sinceridad haya buscado la orientación de Señor y que él no se la haya dado.

El Señor es fiel en guiarnos, somos nosotros los que en ocasiones estamos demasiados distraídos o somos demasiados obstinados como para obedecer. Es entonces, que una y otra vez cometemos decisiones equivocadas.

Si, en efecto en Espíritu nos dirige, pero nosotros podemos elegir nuestro propio camino y de esta manera entristecerlo (Efesios 4: 30).

No esperes que Dios venga a hablarte al oído. El Señor hará algo mucho más profundo, mucho más útil que susurrarte su voluntad al oído. Decide abrir su Palabra y deja que su mensaje llegue a tu corazón. Con toda certeza El té estará hablando.

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