“¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?”
(Lucas 6: 46)
La autentica salvación se manifestará en una vida obediente. No me refiero a la perfección, esa solo será posible de manera total cuando estemos en el cielo, libres de esta naturaleza pecaminosa. Me refiero al sometimiento al Señorío de Cristo; se declara expresamente en la carta de Pablo a los Romanos: “que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.” (Romanos 10: 9) La fe salvadora es fe obediente. Tener a Dios en nuestros labios pero no en el corazón expresando obediencia es pura hipocresía.
Es cierto que la salvación es por fe y solo por fe, no hay nada que el hombre pueda hacer para ganarla ni para mejorarla: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.” (Efesios 2:8- 9) Toda jactancia humana es eliminada por completo en la salvación, se trata de lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo. No obstante, la obediencia y las buenas obras le siguen a la fe verdadera: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.”(Efesios 2: 10) De la misma manera que un árbol saludable producirá buenos frutos, así también un creyente verdadero andará en buenas obras.
Si amamos a Jesús guardaremos sus mandamientos: “Si me amáis, guardad mis mandamientos.”(Juan 14: 15) Jesús estableció una conexión irrompible entre el amor a Él y la obediencia a sus mandamientos. Sin embargo, el Señor conoce la condición humana, el sabe que somos frágiles e incapaces de obediencia por cuenta propia. Por eso, cuando creemos en Jesús, El nos capacita con el poder de su Espíritu Santo para obedecerle y servirle (Efesios 1:13-14) Al obedecerle no estamos solos.

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