“Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre.”
(Marcos 7: 21- 23)
Contrario a la popular idea de que los seres humanos son básicamente buenos, la Biblia dice que somos malos. Somos pecadores (Ro.3: 23), nacimos con una naturaleza corrupta (Sal. 51: 5). El problema no está fuera, sino dentro de nosotros.
La tendencia humana es a enfocarnos en lo externo, en las acciones porque son las que se ven y en consecuencia intentamos enfrentar conductas perversas con pobres soluciones. Semejante a pretender combatir un cáncer con una simple aspirina. Muchos ignoran o quieren ignorar que el mal se encuentra en el interior humano.
Los fariseos y escriban del tiempo de Jesús eran un vivo ejemplo de esto, solo les preocupaban lo exterior, vivían enamorados de sus listas legalistas orientadas en las cosas externas que se debían hacer o no hacer. Jesús los conocía bien y en respuesta a sus típicas actitudes hipócritas expresa su propia lista que define la verdadera naturaleza del problema, la contaminación espiritual está en el corazón y no afuera: “Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre.”(Marcos 7: 21- 23)
La fuente de toda perversidad humana está en el corazón mismo, dice Jesús. De él salen los malos pensamientos. Debido a que el corazón es perverso, las intenciones, los designios, las ideas, los motivos también son depravadas. El Señor delinea los tipos de maldad que viven en corazones corruptos y proceden de estos: “los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre.” No son los malos sin lavar que contaminan a una persona, sino un alma sucia.
No hay acto físico de limpieza ceremonial o ritual externo que pueda purificar un corazón depravado, del cual fluyen todas las malas acciones. No importa cuánto intente el hombre combatir la maldad con acciones externas, no están combatiendo el verdadero problema. Los pecadores necesitan un cambio de corazón, una nueva naturaleza. Solamente Dios puede hacer eso por medio de su Espíritu. Se necesita un milagro interno para limpiar el alma de aquellos que por la fe aceptan a Jesucristo.
Recuerda, el problema está adentro.
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