“A la noche siguiente se le presentó el Señor y le dijo: Ten ánimo, Pablo, pues como has testificado de mí en Jerusalén, así es necesario que testifiques también en Roma.”

(Hechos 23: 11)

Andar en el camino de la obediencia no es una garantía de que estaremos exentos de sufrimientos y adversidades. La realidad es que nos convertimos en blancos del enemigo de Dios y de nuestras almas. Llevar una vida piadosa, centrada en Cristo y en el servicio a Él, molesta profundamente a Satanás.

Sin embargo, aunque no se nos ofrece un salvoconducto con el que nos podamos librar de las tribulaciones, si podemos contar con la presencia y el consuelo divino.

El fiel apóstol Pablo estaba enfrentando oposición, había sido atacado y flagelado salvajemente en los terrenos del templo por parte de una turba judía. Por la propia seguridad de Pablo, es mantenido confinado por los romanos en la Fortaleza Antonia. Allí solo en su celda, físicamente maltrecho, desanimado e inseguro de su futuro, le ocurre algo maravilloso: “A la noche siguiente se le presentó el Señor y le dijo: Ten ánimo, Pablo, pues como has testificado de mí en Jerusalén, así es necesario que testifiques también en Roma.” (Hechos 23: 11) No fue ángel, sino El Señor mismo quien se le presenta a su siervo en medio de su tribulación. Él vino a consolarle y fortalecerle dándole ánimo.

Dios nunca abandona a sus hijos, de manera compasiva alienta a sus siervos desanimados, él es el “Dios de toda consolación” (2 Corintios 1: 3). El mismo Pablo escribió a los corintios: “el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios. Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación.” (2 Corintios 1: 4-5)

La fidelidad del apóstol no era desconocida por Dios “como has testificado de mí en Jerusalén”. Mientras Pablo cumplía con éxito su tarea, el Señor era su testigo silencioso, él no lo había olvidado ni lo haría. Nosotros también podemos contar con eso. Dios sabe todo lo que hacemos en su Nombre

El señor le ofrece una inyección de esperanza a su siervo, le promete que su vida no terminaría en Jerusalén, sino testificaría también en Roma. Esta promesa sostuvo a Pablo durante muchos sufrimientos que aún le aguardaban antes de llegar allí.

 En medio de nuestras tribulaciones, el Señor ha prometido estar con nosotros, no nos faltara su consuelo, ni tampoco la esperanza que siempre tendremos en El.

 

 

 

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