“La que cayó entre espinos, éstos son los que oyen, pero yéndose, son ahogados por los afanes y las riquezas y los placeres de la vida, y no llevan fruto.”
(Lucas 8: 14)
Cuando un alma escucha el Evangelio puede responder de dos maneras, o lo cree o lo rechaza. Dentro de aquellos que rechazan, hay varias clases. He aquí una de ellas: “La que cayó entre espinos, éstos son los que oyen, pero yéndose, son ahogados por los afanes y las riquezas y los placeres de la vida, y no llevan fruto.” (Lucas 8: 14) Aquí se nos describe a una persona que oye el evangelio e inicialmente lo acepta. Sin embargo esa aceptación no paso de ser algo superficial y en muy corto tiempo la verdad es desplazada por el placer.
Estos individuos de doble ánimo (Santiago 1: 8) demuestran la verdad de no se puede “servir a Dios y a las riquezas” (Mateo 6: 24). Ellos son consumidos por cosas temporales (placeres pecaminosos, codicia, profesión, casas, prestigio, relaciones, fama). Todo lo cual ahoga la semilla del evangelio y, como resultado, ellos “no llevan fruto”. Estas personas han quedado atrapadas por el engaño de las riquezas: “Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición” (1 Timoteo 6: 9).
Muchas personas viven hoy entre espinos que intentan ahogar la Palabra de Dios.
¿Qué debemos hacer nosotros? Presentar fielmente el mensaje, mostrar al perdido la condición pecaminosa de su corazón y la necesidad de salvación: “¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?” (Romanos 10: 14) ya que “la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios.” Si la persona que oye, se apropia de lo que oye, entonces obtendrá más, porque cuando la verdad llega ser una sustancia en esa alma, hay capacidad para recibir más.
Mientras tanto confiemos en el poder del Espíritu Santo para que ilumine y produzca convicción en esa vida.