Es alimento para nuestra fe hacer una pausa en esta agitada vida y meditar en la grandeza de Dios. El es el único Dios verdadero. No hay otro como Él.

No puedo evitar recordar parte de ese conocido coro que dice:

“No hay un Dios tan grande como tú,
no lo hay no lo hay,
no hay un Dios que pueda hacer las obras como las que haces tú”

¡Cuán bendecidos somos al conocerle y tener el hermoso privilegio de servirle!

El apóstol Pablo los describe con estas notorias palabras en forma de doxología: “Por tanto, al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.” (1 Timoteo 1: 17) Acompáñame reflexionando en estas gloriosas verdades que nos describen a Dios.

Él es eterno, no tuvo comienzo ni tendrá fin. El existe fuera del tiempo, aunque actúa en El. Él ya estaba antes de nosotros llegar a este mundo y seguirá estando después de marcharnos. Es más, estará con nosotros por toda la eternidad.

Dios nunca conocerá la muerte, ni la decadencia, ni la pérdida de fuerza.

Como Dios invisible, podemos conocerlo y mantener una relación con El porque se nos ha revelado.

El no es una opción más entre muchas otras. Él es el único y sabio Dios: “Vosotros sois mis testigos, dice Jehová, y mi siervo que yo escogí, para que me conozcáis y creáis, y entendáis que yo mismo soy; antes de mí no fue formado dios, ni lo será después de mí. Yo, yo Jehová, y fuera de mí no hay quien salve.” (Isaías 43: 10- 11)

No puedo saber cómo te sientes al meditar en esto, pero a mí me llena una enorme gratitud que me impulsa a adorarle, porque solo Él es digno de todo honor y gloria por los siglos de los siglos.

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